“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna” (Groucho Marx).
Me conformo con mucho menos, pero la gracia irónica de Groucho nos recuerda que la naturaleza humana se caracteriza con frecuencia por buscar y acumular bienes materiales que luego olvida, deja de usar y almacena como aprendiz de Diógenes moderno, pues el llamado sapiens anhela poseer cosas que una vez conseguidas pierden el valor del deseo, y conducen a un camino sin retorno de constante persecución, que acaba muchas veces en frustración por no satisfacer completamente esa avaricia.
Decía Epicuro que, si quieres ser rico, no te afanes en aumentar tus bienes sino en disminuir tu codicia. Séneca añadió que fue la avaricia la que instauró la pobreza y al ambicionarlo todo, todo lo perdió. Dante, después, nos recordó que la avaricia es de naturaleza tan ruin y perversa que nunca consigue calmar su afán: después de comer tiene más hambre.
Se ha estudiado este “pecado capital” desde varias perspectivas, corrientes filosóficas y científicas. Zeelenberg y Breugelmans, tras una revisión de artículos en 2022, identificaron tres facetas de la avaricia: lo bueno, lo malo y lo desagradable. Como aspecto positivo, podría ser una motivación importante del crecimiento económico y la prosperidad. Se ha dicho que el capitalismo es un sistema de codicia; sin embargo, es el que ha elevado el nivel de vida de sus ciudadanos más pobres a cotas que ningún otro sistema ha podido igualar jamás. Al centrarse en ganancias personales, la gente contribuye directamente al bien común. No obstante, en opinión del psicólogo Dan Ariely, la creencia de que la avaricia permite el desarrollo de los mercados es más probablemente un reflejo de la capacidad humana para justificar nuestras motivaciones egoístas que una receta para el éxito económico. Como aspecto negativo, los mismos autores, destacaron el daño potencial que pueden causar a los demás y las desventajas de ser codicioso para ellos mismos. A menudo, se establece un vínculo entre la codicia y la corrupción, según el cual, las personas más codiciosas serían más deshonestas, inmorales o poco éticas, y además considerarían que dicho comportamiento es más aceptable y justificable. También, la aversión a la desigualdad, estudiada desde la comparación social, contempla que la avaricia puede surgir cuando se percibe una brecha entre la propia situación financiera y la de los demás, generando un deseo de alcanzar o superar a los otros en términos de riqueza. Desde la neurociencia, se ha descrito un circuito de recompensa cerebral, con base anatómica y fisiológica, que se encargaría de estimular ese deseo de búsqueda de riqueza y mantenerlo por retroalimentación.
En cualquier caso, aunque la avaricia puede ofrecer beneficios económicos temporales, también conlleva consecuencias negativas. Desde el punto de vista de la salud mental, la constante búsqueda de riqueza puede generar estrés, ansiedad e insatisfacción, y a menudo está vinculada a una insaciabilidad perpetua. A nivel social, puede contribuir a la desigualdad económica y a la injusticia. Según los estudiosos, la concentración desmesurada de los recursos en manos de unos pocos puede tener efectos deletéreos en la cohesión social, así como ocasionar tensiones en la sociedad.
Conociendo todo lo anterior, desde la ciencia, se pueden implementar medidas a nivel global y a nivel individual para paliar esos efectos negativos, como establecer unas políticas de control económico que promuevan la equidad y redistribución de recursos (pero equilibrada, sin dañar la libertad personal para no inhibir la motivación y el crecimiento), realizar una educación financiera, fomentar la empatía y la comprensión de las consecuencias sociales e incluso desarrollar un adiestramiento personal mediante terapias psicológicas de reestructuración de los pensamientos distorsionados con respecto a la riqueza, y el tratamiento de los impulsos que llevan a su incesante demanda.
Supongo que cuando uno camina por la vida desde una biografía, con una mochila propia y con unos medios determinados, tiende a adaptarse a las circunstancias y acepta los resultados, aunque no se correspondan con los propósitos ni metas iniciales. Creo que esa capacidad de aceptación aporta equilibrio y tranquilidad, y creo también que es más importante que destacar y que “ser más o mejor que otros”, puesto que lo que aporta verdadera satisfacción es estar de acuerdo la mayor parte posible de las veces con nuestro propio proyecto de vida, lo que los griegos llamaban eudaimonia.
Quizás la dicha consista en tener salud, disponer de una familia que te quiera, de unos padres que te eduquen, comer y dormir todos los días bajo un techo confortable, encontrar el amor, disfrutar de los hijos y los nietos si llegasen, conseguir un horizonte vital pleno, mantener la vista para disfrutar de los colores de un amanecer y un atardecer, poder oír para escuchar las palabras bonitas que nos dicen, poder hablar para expresar nuestros sentimientos, tener posibilidad de esparcimiento, reunirse con los amigos, deleitarse al conocer paisajes y personas de territorios lejanos, ampliar el conocimiento, formarse en el respeto, aprender que todas las personas deben ser iguales en derechos, querer ayudar a los demás y comprender, al final, que sólo somos una mota de polvo insignificante en el Universo, que permanece consciente una minúscula cantidad de tiempo…, y que este tiempo se debe aprovechar.
No soy ningún entendido en la indagación de la felicidad, pero los resultados de estudios serios nos dicen que las personas más felices tienen más tiempo y menos dinero, por lo que sólo me atrevería a añadir, recordando al eterno Serrat, que podríamos detenernos más, en aquellas pequeñas cosas que verdaderamente merecen la pena…