ENTREVISTA A DON QUIJOTE

Solo fue un sueño, pero mereció la pena. Una experiencia onírica vívida, intensa, sosegada, sin esa vaguedad o desmesura que los sueños provocan, eso es lo que yo recuerdo, con Alonso a mi lado, con todos sus lados juntos a mi vera. Parecía que ya nos conocíamos, o que nos habían presentado. Estábamos cerca de una mesa de madera vieja, sentados en sillas de anea y nos alumbraba un candil.
Me gustaría saber qué cree usted que está fallando ahora en el mundo. Él había conseguido deambular por el siglo veintiuno antes de cerciorarse de poder responder. “Amigo García, la verdad ha sido siempre deuda humana, comprada como a meretriz su calor para ganar partidas en la vida; la compasión rezuma extrañeza cuando se encuentra en nuestro camino y logra iluminar la cara del prójimo, pero casi no se ve; la coyunda se ahoga en su mismo yugo porque las gentes no se aguantan ni se respetan, el egoísmo aflora, la inverecundia florece, la vanidad renace y la avaricia crece. Atravieso calles llenas de mamertos, zascandiles, mangurrianes y fantoches, que vagan rápidamente de un sitio a otro como si el mundo se acabara mañana, sin tiempo de mirar a los ojos al viajero que les pregunta, o los observa. La usura se ha llevado a edificios con letreros grandes y bachilleres de ropas caras y de sonrisa aviesa”.
Pero lo que dice, ¿no existía ya en su época? “Dices, y dices bien al reafirmarlo, amigo, porque de virtudes y defectos el hombre está lleno, más los segundos, y lo mismo que de yantar y beber requiere, no flaquea en buscarse el sustento con poco hacer, o hacer nada si pudiese; de engañar al otro para mejorar, de usar encantamientos hogaño más sibilinos que antaño, de los que conoces acaso cuando el hechizo fatal ya pasó o daño te hizo; de intentar subyugar a otros con promesas y patrañas que no cumplirán y de subvertir el buen hacer, la solercia y la honra, con la codicia, la impudicia y el poder”
¿Y cree usted que los más pobres son mejores que los ricos? “De la naturaleza de las mujeres y los hombres hablaron los filósofos, discutieron los sabios, y solo llegué a entender que el pobre que se vuelve rico no es mejor que el rico que se vuelve pobre, o bien si sigue cada uno como estaba y se las administraba, puesto que el aliento de ellos ya figura en lo hondo de su ser y no depende de reales, si bien habría que añadir que el rico debe ayudar al que menos tiene, no por caridad ni obligación, sino por humanidad, como el Señor nos encomienda, sin mofarse de su desventura, que ya habrá quien venga detrás y querrá explicar todo por la adaptación y la competición por la supervivencia, como ya algunos magos insignes predican”.
¿Cree usted que hay justicia ahora? “Oh, querido García, en los albores de mi ardor guerrero luché contra lo que creí injusto y no lo domeñe, conminé a rendirse a malandrines y ladrones consiguiendo solo que me golpeasen, me enfilé contra grandes malhechores, que a su vez me maldijeron y malhirieron, creí lograr cobijo con ilustres de España y me engañaron, y mi lucha quedó solo en un intento, con muchos moratones. Por lo que he visto en mis salidas, ahora a pie, en tu mundo, las protestas honestas quedan acalladas por la fuerza de la porra o del dinero, los panfletos que se publican en papel o en esas cosas que hablan en un aparato cuadrado solo dicen la mayoría de las veces lo que les mandan sus dueños, o los que les pagan. Hay muchos que están protegidos del castigo, que eluden pagar por su latrocinio, homicidio u ofensa, y casi siempre de forma resguardada, cobarde y chapucera. Creo que no habéis conseguido todavía la justicia buscada por la que yo tantas veces me herí trotando por esos mundos de Dios, más de cuatro siglos después.
¿Cree usted aun en el hombre, en lo bueno que pueden hacer las personas? “Gran pregunta me haces, para la cual respuesta buena tal no te pueda dar, pero añado, que siempre vi gente sencilla y afable en venta, villa y camino, más si cabe que ruines, bellacos y malvados, y los sigo viendo ahora, en mis andadas; rostros risueños y agradecidos, no impregnados de pecados ni con ínfulas de grandeza, y creo que puedo decirte, que, con educación cercana, escucha interesada, apego a la familia y a los amigos, respeto a los maestros y crítica a lo que intenta seducirnos, se puede llegar a ser un gran hombre. Hombre que será feliz si llega a conocer a una Aldonza que lo quiera, aunque Dulcinea lo esquive, porque no es sino el amor sincero la fuerza que repone el dolor y levanta del hastío, que ayuda a aceptar nuestro perecedero destino, ante el cual, podemos e incluso deberíamos seguir pensando que no merece la pena perder el tiempo que nos queda en refriegas, peleas o contubernios, sino levantar la copa junto a los amigos de siempre, o nuevos y reír con ellos y abrazarlos”.
¿Se rinde ya usted, tal como están las cosas? “Quijote fui, García, ahora Quijano me llaman, pero mi fe será inquebrantable en la razón, mi sangre velará por la justicia y mi brazo defenderá al desposeído siempre. Desconozco ya la fuerza que poseo en mi cuerpo, pero me siento robusto y joven en mi espíritu”.
Pide hoy perdón el relator de estas líneas, por la prosa algo difícil y por las palabras, algunas poco usadas, que haya podido escoger, pero posiblemente la ocasión lo merecía. No todos los días se sueña con Don Quijote, y casi nunca dejará, aun en sueños, que le hagamos una entrevista. Aun me dio tiempo de preguntarle otra cosa antes de despertar.
Y, entonces, ¿ya se ha jubilado, no saldrá a buscar más aventuras? Su respuesta fue escueta.
“¿Tienes jamelgo, lanza y escudo? Si las hallares, vente conmigo”.

Deja un comentario