Empatía: mucho más que siete letras

Responsabilidad, generosidad, creatividad, paciencia… Y podríamos continuar enumerando multitud de virtudes a cada cual más bondadosa. Pero, si me propusiesen elegir una que verdaderamente nos ayude a construir un futuro mejor, sin duda alguna lo tendría meridianamente claro: la empatía.
El psicólogo estadounidense Daniel Goleman demostró, a través de muchos estudios, cómo la empatía incidía en la felicidad y, en su libro ‘Inteligencia Emocional’ podemos leer: “La empatía y la ética: las raíces del altruismo”. Entendemos por empatía la capacidad de ponernos en el lugar del otro aunque, técnicamente, es más: es la capacidad de sentir, de imaginar o de experimentar las emociones de otras personas. Ponernos no sólo en su situación, sino en su emoción. Por todo ello, la empatía es mucho más que siete letras: es la clave para nuestras relaciones interpersonales.
Porque cuando aprendemos a sentir como el de enfrente, sin duda vemos la vida desde otra óptica. Dicen que nunca sabríamos cómo reaccionaríamos ante una situación hasta vivirla en primera persona. Pero, ¿y si intentamos comprender los sentimientos de una persona sin juzgar ni relativizar? Como dijo André Malraux: “Si de veras llegásemos a poder comprender, ya no podríamos juzgar”.
Si fuésemos capaces de entender el pedregoso camino que está transitando una persona que ha perdido a todos sus seres queridos y se encuentra sumida en la más angustiosa soledad, ¿no le prestaríamos nuestro hombro para consolarse? ¿No acudiríamos en su búsqueda para tomar un café y charlar sobre todo o sobre nada?
Si nos ponemos en las zapatillas de aquel que huye de su tierra dejando atrás a toda su familia y su vida simplemente para buscar una oportunidad, esa que la mayor parte de los que hoy estáis leyendo estas letras tenemos por el mero hecho de haber nacido aquí y no ser de allá, ¿no comprenderíamos mejor su necesidad de sentirse como en casa?
Si lográsemos entender las emociones de la madre que sufre por su hijo, del adolescente que llora por su amor perdido, de la amiga que yerra, o del compañero que no sonrió aquella mañana, seguro que evitaríamos juzgarles. Porque no sólo tú lloras, no sólo tú soportas, no sólo tú sientes miedo, pena o tristeza.
Cuando aprendemos a ponernos en el lugar del otro, nos pensamos casi todo: nos pensamos el mentir, nos pensamos el hacer sufrir, nos pensamos el hablar mal. Porque cuando nos duele a nosotros, la cosa cambia. Algunos le llaman “aprender a tener inteligencia emocional”. Yo me quedo con “comportarnos como nos gustaría que lo hiciesen con nosotros”. Y es que no se trata de compartir la misma visión sobre un asunto determinado, sino de entender que, aun siendo diferentes, eres capaz mirar desde mis gafas y entender mi modo de actuar sabiendo que, como tú, también llevo una mochila repleta de piedras a mis espaldas. En definitiva, el
centro de la cuestión está en: aprender a escuchar no sólo las palabras del de enfrente, sino su corazón.

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