Elogio de la vejez

 

Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Jaime Gil de Biedma

“En la juventud aprendemos. En la vejez entendemos”
(Marie von Ebner-Eschenbach)

Asistimos a un excesivo elogio de la juventud. En la reciente campaña electoral se escuchaba que había que pasar el testigo a los nacidos después del ‘78, como si los nacidos antes no fueran válidos o quedaran descartados por algo tan azaroso como su fecha de nacimiento. Quienes nos representan en la vida pública deben ser fiel reflejo de la sociedad a la que debieran servir. Y todos hacemos falta. La experiencia no se improvisa y es la práctica la que hace al maestro.

Se vive cada vez más, pero nadie quiere llegar a viejo. Porque la vida puede amargar por el final, cuando se pierden las fuerzas y el ánimo y a la ilusión de los años jóvenes la sustituye la inercia, la escasez de entusiasmo y la indiferencia. Las personas mayores miran atrás, rememoran y cuentan a menudo cómo era antes la vida: sin Internet, sin agua en las casas, sin coches apenas… Y parece que nos están contando una novela de otra época, pero no: están narrando su vida, sin añadidos, tal como la vivieron y la recuerdan. Hablan de una vida sencilla, de tareas y afanes caseros sin fin ni cabo, sólo interrumpidos por las fiestas del calendario: la Semana Santa, el Corpus, la feria…Hablan de ropa que se estrenaba, si había suerte, un par de veces al año, de tomates que sabían a tomate, de braseros de picón que había que remover echándoles una “firmita”… Y añaden siempre, orgullosos, que no cambian su juventud de antes por la de ahora.

Es necesario apreciar a los mayores y dejar de mirarlos por encima del hombro. Su vida no tuvo las comodidades que tiene la nuestra. Crecieron en un país sin libertad, presionados por una moral rígida y el abrumador peso del qué dirán, sobre todo en pueblos peque- ños. Hicieron colas interminables para llamar por teléfono, invirtieron horas y horas en acarrear agua de lospilares, en lavar a mano, en fregar de rodillas y en un sinfín de trabajosos quehaceres domésticos. Tuvieron que aprender a vivir con poca cosa, cuando no acostumbrarse a pasar hambre. O no les quedó más remedio que irse a Madrid o Barcelona o al extranjero a buscarse el pan, sin haber salido nunca de su casa y su tierra, sin hablar idiomas, sin estudios apenas. Y ya no volvieron. ¡Qué menos que mostrarles hoy nuestro reconocimiento!

El tiempo pasa para todos y no es posible volver atrás. La vía por la que transitamos es de sentido único. Tarde o temprano, tomamos conciencia de la fugacidad de la vida y de que no hay retorno, más que con la memoria. A veces, tampoco se desea. Lo andado, andado está. Vamos de paso. Quienes sobrevaloran la juventud deberían caer en la cuenta de que es pasajera y no cavar con su creencia de inmortalidad su propia fosa. Dentro de poco, vendrán otros más jóvenes a desbancarlos. La juventud tiene muchas ventajas, pero elegir a alguien para un puesto o cargo sólo porque es joven es un argumento demasiado endeble. La vida enseña cada día cosas que en los libros y en “Google” no se encuentran. “Si quieres saber, cómprate un viejo”. Conviene valorar la sabiduría que dan los años, aunque no sea un mérito evaluable en un currículum. Es bueno aceptar del viejo el consejo y prestigiar la vejez, tan respetada en otras culturas. En nuestro país, en cambio, se ha registrado recientemente un aumento notable de agresiones a personas mayores, protagonizadas por sus propios hijos, mientras se exalta en demasía la juventud. En el maltratar o relegar a los mayores muestra una sociedad su ausencia de valores y su ignorancia, como quien cree, soberbio, que todo lo sabe. Cuando en verdad el tiempo es el mejor maestro y sólo quien ha vivido mucho conoce de qué va esto de vivir. Porque nada enseña más que lo escarmentado en cabeza propia y vivir curte a diario. Por eso, no es justo que en el último recodo del camino los mayores encuentren desprecio. Lo que somos se lo debemos en buena parte a ellos, que no lo tuvieron fácil. Andando el tiempo, correremos su misma suerte:se volverá lento y temeroso nuestro andar, iremos abandonando cosas que hacíamos y ya no haremos, faltos de inquietudes, de fuerzas y de sueños. La vida irá quedando a la espalda. Pero hasta el final todo es vida. Y, mientras la haya, habrá esperanza. Debe haberla siempre, sea cual sea la inmodificable fecha del DNI.

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