El instinto primigenio hacia la Morenita

  • Rute vive el día grande de las Fiestas de la Virgen de la Cabeza con una acumulación de sentimientos y vivencias que escapan a cualquier explicación lógica

  • Ni la meteorología adversa restó un ápice de devoción y cantos a la Morenita en sus dos salidas, la romería urbana de la mañana y la procesión solemne de la noche

Justo cuando la Morenita regresaba de su recortado recorrido matinal hubo que abrir los paraguas por la lluvia
Justo cuando la Morenita regresaba de su recortado recorrido matinal hubo que abrir los paraguas por la lluvia

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Los sentimientos, por su propia condición, no encajan en el corsé de la explicación racional. Desde el origen del pensamiento humano se ha buscado una definición de qué son esos sentimientos, el alma, lo que nos distingue como animales racionales. José Saramago, en su “Ensayo sobre la ceguera”, puso en boca de uno de sus personajes, una afirmación a la vez difusa y universal: “Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos”. El ser humano es así de contradictorio. A veces se comprende a través de la indefinición, por un juego de oposiciones, por descartar primero lo que no es. Al mismo tiempo, ese hecho diferenciador del resto de los animales es lo que más escapa de lo racional, lo que no atiende a una explicación lógica, casi matemática. Cuando en Rute llega el segundo domingo de mayo, pide la palabra el hemisferio cerebral más alejado de esa lógica; el que, simultánea y paradójicamente, nos vuelve más humanos, desiguales del resto de la fauna. Si no un instinto animal, en el fervor, sea del tipo que sea, hay algo de nuestro instinto más primigenio.

La Virgen de la Cabeza a su paso por el Ayuntamiento en la procesión de la noche
La Virgen de la Cabeza a su paso por el Ayuntamiento en la procesión de la noche

Las estadísticas, frías también en su esencia, dejarán unas cifras para el recuerdo sobre las Fiestas de Mayo 2016 en honor a la Virgen de la Cabeza. Se recordará, por ejemplo, que la Morenita estrenó un pecherín, amén de cinturilla, encaje de oro para el manto o broche, o que el Niño lucía traje nuevo. Son datos para el patrimonio material de la cofradía. Otras estadísticas, contables, son los cuatro tipos de flores que adornaban el trono por la mañana y los cinco de por la noche. De igual modo, en la información quedará que por la mañana acompañó la Banda de Cornetas y Tambores del Santísimo Cristo de la Expiración, de Jaén y por la noche la de Nuestra Señora del Rosario, de Linares. Incluso entraría dentro de este dossier la presencia de la Banda Municipal de Rute, pero el mero hecho de nombrarla genera la certeza de que su presencia no es una más.

Son datos, información objetiva, hechos para consultar en el futuro en las hemerotecas; en suma, estadísticas frías. Por el contrario, lo que se vive en Rute cuando se acerca ese segundo domingo de mayo no es cuantificable. Se puede presupuestar al Ayuntamiento y la Diputación lo que cuesta organizar el acto que promueve la Asociación Cultural “Morenita, Reina de Rute” para la mañana del sábado, o contar lo que se recauda a beneficio de Cáritas. Pero no se puede medir el valor de rescatar costumbres de esa jornada que se habían perdido, ni se puede evaluar la ilusión en pequeños y adultos. Hay acciones que no se amoldan a razón lógica alguna. No se puede explicar qué lleva a tantos centenares de personas a una ofrenda de flores. Apenas pasan unos segundos ante el altar junto a su Morenita, ni siquiera depositan las flores en persona, porque la cofradía ha de seguir un protocolo para que la avalancha de devoción no los supere. Pero les basta con esos segundos, con saber que canalizan así su fervor y contribuyen a que este fin de semana vuelva a ser inolvidable.

Tampoco se puede contar cuántas aristas tiene la fe. Otra vez por definición, consiste en creer en algo sin necesidad de verlo, o a pesar de lo que se ve. Poco importa que se vea en todos los pronósticos que va a llover el domingo. Cuando acaba la función religiosa y el sacerdote Carmelo Santana dice “hoy más que nunca, con Ella”, hay una esperanza inquebrantable en que la meteorología va a dar una tregua. En los pocos meses que lleva en Rute, ya ha podido comprobar que hay sentimientos “que no tienen medida”. Es en ocasiones como ésta cuando el lenguaje conoce sus límites. Cuando se anuncia que se va a desafiar al tiempo, que la procesión sale, aunque deba recortar el recorrido, no hay palabras que describan la euforia desatada. Se renueva, en un abrazo con quien está al lado, la ilusión por ver como nuevo algo que forma parte del inconsciente colectivo. Por todo eso, las estadísticas son recuerdo, mientras que la vivencia es memoria.

Así, con esa concatenación de gritos, lágrimas, abrazos, “vivas” y aplausos, tras “la Bajada” la Virgen de la Cabeza asomó al Paseo del Llano. El pasado y el presente, una misma cosa en este día, se conjuraron para plantar cara al otro tiempo, el meteorológico; para concentrar en apenas un par de horas las emociones que se iban a repartir a lo largo de toda la romería urbana. Se sucedieron los gritos de “¡Morenita, guapa!”, prolongando la “i”, dejándola suspendida, para hacer de cada instante una eternidad. Los coros redoblaron sus cantos. Uno de ellos dice que “el cielo se hace pequeño si de ofrecerlo se trata”. Igual de pequeño se quedó el itinerario matinal, que no pudo pasar por los legendarios Cortijuelos. Y fue entonces en la calle Fresno, junto a la casa de hermandad y al son del “Himno Grande”, donde se hicieron presente y (otra vez) memoria viva los caleros que hace más de cinco siglos dieron carta de naturaleza a esta tradición. Al llegar de vuelta al Llano, hubo que abrir los paraguas. Pero los corazones de quienes abarrotaban el paseo se habían abierto mucho antes.

La pasión no desapareció por la noche, pese al aire solemne, con la presencia de las autoridades. Tampoco se iría la amenaza de lluvia, hasta el punto de subir el Cerro a un paso más acelerado que el de costumbre. Aquí también contrasta lo que se mide con lo que se siente. Lo que se mide es el escaso intervalo que se tardó en rematar la empinada cuesta. Lo que se siente es el sobreesfuerzo de los costaleros, con fervor y sin queja, al compás de la Banda Municipal, que deja de ser un dato para convertirse en la banda sonora de un sentimiento. Recrea en el Llano los himnos, antes de que resuenen por megafonía acompañando a los cohetes, continuación del festival pirotécnico del Paseo Francisco Salto, costeado por la asociación. La Virgen de la Cabeza regresa a su templo. Se pone en marcha la cuenta atrás para las fiestas del año que viene. Sin embargo, hay un tiempo interno subjetivo, que no mide las horas con el mismo ritmo cronológico. Su naturaleza es tan indescifrable como las emociones en torno a este día.

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