El inseguro azar

“En tus manos están mis azares”

(Sal 30)
“¿le pregunto al azar
acaso porque sé
 que el azar no responde?
 Mario Benedetti

 Nunca se sabe qué va a pasar. La vida toda es azar. Nacemos sin elegir dónde ni en qué circunstancias. Y, aunque gozamos de libertad y voluntad, nuestra trayectoria vital se encuentra regida, quizás en mayor proporción de lo que nos gustaría, por eso que algunos llaman azar y otros destino. Ese fatum, ese fado, que canta melancólicamente, con el alma, lo que se va de las manos sin poder agarrarlo.
La sociedad en la que vivimos ha sido denominada sociedad del riesgo. En realidad, en mayor o menor medida, todas las sociedades lo han sido. Y la nuestra de hoy, sin duda, lo es. Vivimos expuestos a mil y un peligros tecnológicos, nucleares, naturales… Lo milagroso es vivir. Estamos vivos de milagro. Podemos tomar precauciones, pero el azar es el que mueve los hilos y teje sigiloso su tela de araña. Y siempre se guarda un as en la manga. Frente a eso, poco se puede hacer. Acaso consolarse pensando que también por azar se conoce a alguien que luego se ama, o se encuentra algo que se creía perdido definitivamente. Que a la – bendita – casualidad se debe, igualmente, que perdamos un tren que luego se estrella, o que cambiemos el billete a última hora y no volemos en el avión accidentado.
Azar es una palabra hermosa, que viene del árabe zahr  (“dado”). Nuestra vida está llena de azares: la gente que conocemos o nos cruzamos, el trabajo que encontramos… Y pende de un hilo toda ella. Tenemos ansia de eternidad, pero estamos acostumbrados – a nuestro pesar – a la fugacidad de las cosas que nos hacen felices.
Delgada, imperceptible, es la línea que separa nuestra realidad cotidiana del dejar de existir y no ser nunca más. Un golpe de fatalidad, un piloto sin ganas de seguir viviendo, un fallo técnico imprevisto acaban de repente con cientos de vidas en el aire. Porque en el aire estamos, siempre en la cuerda floja del tiempo, que puede ceder en cualquier momento.
Pedro Salinas hablaba poéticamente del seguro azar y, sin embargo, nada más inseguro que el azar. Y en un mundo en el que nos gusta tenerlo todo controlado, lo que se escapa al control sigue inquietándonos. Necesitamos saber por qué ocurren las cosas y nos cuesta entender que hay sucesos que acontecen sencillamente porque sí. Sin más. Y que no está en nuestras manos evitarlos. Por muchos controles que haya, nadie está ajeno a sufrir un accidente o a ser víctima de un choque premeditado. Con nosotros viaja siempre el peligro, facturado sin querer, camuflado en el equipaje de mano o entre las ilusiones que guarda la maleta. No pensamos que en el avión que cogemos o que al volante del coche puede viajar con nosotros la muerte. No queremos pensarlo. (Las víctimas del avión estrellado conscientemente en los Alpes pudimos ser nosotros – ¡tantas veces hicimos el trayecto del avión siniestrado…!).
Hay que aceptar que el azar es caprichoso y que estamos a expensas del destino, a merced del azar, desvalidos ante cualquier revés inesperado de la vida. La conciencia de nuestra vulnerabilidad debiera hacernos más humildes. Sembrados de dudas como estamos, asediados por miedos, menesterosos de certezas…, deberíamos agradecer cada segundo de dicha y de quietud, porque en cualquier momento puede tornarse la suerte. Pero tendemos a pensar que a nosotros no nos ha de suceder nada. Que es a otros a los que les han tocado peores cartas en la partida de la vida.      Quienes tras un accidente de coche, una tragedia aérea o un naufragio tienen que viajar, lo hacen con temor inevitable. Pero la vida sigue, con sus azares dichosos o desdichados, y hay que seguir con ella. Y que sea lo que el azar quiera. No vamos a dejar por miedo de hacer las cosas que nos gustan y nos llenan. Lo que tiene que pasar, pasa. Que, al menos, si algo sucede, nos sorprenda volando rumbo a nuestros sueños, viajando felices al encuentro de lo querido y lo esperado. Sabiendo que nunca tenemos el azar controlado. Que, más bien, es él el que nos tiene en sus brazos y juega con nosotros a los dados. La vida puede írsenos en un soplo de las manos, pero que nos encuentre disfrutando de lo bueno que el azar quiera regalarnos. Sin olvidar que vivimos siempre entre la incertidumbre y el misterio, envueltos en azares, y que el encanto de la vida reside justamente en ese no saber qué va a pasar dentro de un segundo, ni mañana, ni pasado…

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