El Festival de Ballet de Rute alcanza su mayoría de edad como un espectáculo público que aúna varias manifestaciones artísticas

Como de costumbre, tras los saludos finales, sonó  el éxito musical “Happy” para concluir invitando al público a bailar

Como de costumbre, tras los saludos finales, sonó el éxito musical “Happy” para concluir invitando al público a bailar

Sobre una misma base siempre resulta más fácil trabajar, más aún cuando se domina el mismo lenguaje artístico, el de la danza en este caso. Bajo esta premisa se hace más comprensible la línea de continuidad entre la labor que viene haciendo María del Mar Somé al frente de la Escuela Municipal de Danza y el testigo recogido por Mary Sol Martín. Ella fue la que se hizo cargo de las clases en febrero, tras la baja de Somé. El talento, si verdaderamente es tal, no se excusa en incompatibilidades. Al contrario, busca afinidades y similitudes, sinergias que promuevan la creación. Somé lo tiene a raudales, unido a una vocación pedagógica inquebrantable. Así se entiende que recogiera la herencia de Isabel Mancha y haya dado el relevo, aunque sea temporal, a Mary Sol Martín. A su vez, ésta parece provenir de la misma escuela, no sólo en lo artístico, que se da por hecho, sino en los criterios de cómo sacar el máximo rendimiento a las alumnas. Hay que mencionarlas en femenino porque los varones siguen mostrándose reticentes a dar pasos como los del baile. De las 91 inscripciones de este año en la Escuela, sólo tres correspondían a chicos. Por completar esa analogía entre las docentes, también Martín mostró, aunque fuera de forma testimonial, sobre las tablas del teatro al aire libre Alcalde Pedro Flores sus cualidades como bailarina.

Así pues, Martín ha rematado un camino que había iniciado y marcado Somé. A ambas, sin excepción ni exclusión, corresponde el mérito compartido de que no se hayan observado fisuras en la puesta en escena del XVIII Festival de Ballet. Cumplía, por tanto, su particular mayoría de edad, aunque su nivel hace ya mucho que cruzó el Rubicón de la calidad para dejar de ser un festival menor y convertirse en un espectáculo al alcance de muy pocos pueblos de la provincia. Por más que lo repita la actual concejala de Cultura, María Dolores Peláez, y quienes la han precedido, no debe diluirse este mensaje. Danza y Arte son dos palabras que pueden y deben escribirse en Rute con mayúsculas gracias a festivales como éste. Por eso, insiste en que hay que hacer “todo lo posible” para que la escuela, como servicio público, siga en pie.

Para que el festival adquiera esta dimensión, no basta con la ejecución de los quince números que conformaban el programa de este año. Como su nombre indica, se trata de coreografías. Es decir, en su puesta en escena hay una labor adicional de vestuario, decorado y montaje técnico de sonido. Detrás de una cita de estas características hay un enorme grupo humano trabajando en equipo. De ahí que Peláez no dudara en elogiarlo como un ejemplo más del valor de lo público y de cómo la participación ciudadana da resultados globales así de satisfactorios. Desde luego, requiere mucho diálogo entre la profesora con los padres y madres que se implican. Aunque al Ayuntamiento le ha correspondido la colaboración económica, de ellos y sobre todo de ellas ha sido el trabajo manual para elaborar un vestuario acorde siempre con la coreografía donde se luce. Incluso hace falta un tiempo de adaptación para moverse sobre el escenario con esos trajes.

Por lo demás, la noche fue una combinación de géneros, estilos y sensaciones. El festival encierra varios festivales dentro de sí. La danza clásica convive con el baile moderno. La “Marcha Radetzky” o el “Cascanueces” dan paso con naturalidad a “Single ladies” o “Set fire in the rain”. Todas las piezas son parte de una misma naturaleza artística, de igual modo que en la paleta de influencias de un pintor que se precie han de coexistir los cuadros de Goya y Velázquez con los de Dalí o Picasso. Las profesoras siempre han sido conscientes de ello, y así lo han inculcado. Pero poco a poco las alumnas también toman nota. Conforme suben de nivel, lo clásico deja de ser un requisito o una condición para hacer baile moderno. Se convierten en las dos caras de la moneda del baile.

El nivel avanzado supone a su vez el final de la estancia en la Escuela para algunas chicas. Es el momento más sentimental, cuando se homenajea a quienes se marchan de Rute para sus estudios universitarios, mezclando niveles con las que vienen pisando fuerte desde abajo. Sólo algunas continuarán en la capital con su pasión, como tienen previsto hacer Lorena Porras o Marina Moreno. Y sólo una parte testimonial de estas chicas volverá después, como han hecho este año Ana Rodríguez y Alicia Mota, para presentar a las que les han dado el relevo. Es apenas una nota triste o sentimental en una noche donde se confirma que la cultura no es sinónimo de aburrimiento, por más que haya apóstoles del pesimismo que reincidan en tal falacia. Al contrario, ni se aburrió el público que llenó (de nuevo en viernes) el teatro ni se aburrieron las chicas y los chicos, pese a los meses de trabajo y esfuerzo que hacen falta antes de ver este resultado. Y para rematar esta idea de felicidad a través del arte, qué mejor que el éxito musical de los últimos meses, el “Happy” (Feliz) de Pharrell Williams sonando en los saludos finales. Es la invitación de cada año para que el público baile, suelte adrenalina y recuerde que en Rute tenemos un espectáculo público al alcance, en efecto, de muy pocos pueblos. Que siga siendo así.

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