El ansiado consenso

¿Tu verdad? No, la verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela.
Antonio Machado

Somos muy distintos unos de otros. Ésa es nuestra riqueza y nuestro permanente quebradero de cabeza. Vivimos días en los que en el panorama político se busca un consenso, tan deseable como difícil. Pero, ¿cómo entendernos con los que son y piensan de otra manera? Ante algunas personas, claudica una de las reglas éticas más extendidas, que, en principio, tendría validez universal: “Trata a los demás como quieres que te traten”. Esa máxima, válida con carácter general, no funciona en muchos casos. La realidad, tercamente, nos demuestra cada día que lo que a nosotros nos place puede enervar a otros. La vida, con sus lecciones diarias, nos lo va corroborando a cada paso. Hay quienes aman las palabras, los detalles… y quienes nunca encuentran la ocasión de tenerlos con sus semejantes. Hay personas que se anticipan a dar antes de recibir y siguen dando, generosamente, aunque no reciban. Y hay quienes se sientan a verlas venir, prestos siempre a censurar lo que hacen otros, pero aventurándose poco a nadar sin antes guardar cautelosamente la ropa.
Cada persona es un mundo y algunas dos, y tres y cuatro… Algunas no te perdonan un favor que les hagas. Otras no agradecerán nunca las atenciones tenidas con ellas. Muchos que alardean de defender la libertad de expresión, te echarán en cara que la uses o dirán que pontificas si te atreves a escribir, desafiando la corrección política, lo que ellos no se atreven a decir.
Y, pese a todo, estamos llamados a entendernos porque vivimos en sociedad. Pero no resulta fácil arbitrar la convivencia, que es, a menudo, fuente de conflictos. ¿Por qué, si en otras épocas de nuestra historia se logró, ahora parece inalcanzable el ansiado consenso? No es sencillo ponerse de acuerdo cuando se tienen visiones del mundo muy distintas. Así como en la vida diaria es frecuente entenderse con gente que piensa de manera diferente, no lo es tanto cuando de gobernar se trata. Para eso, es preciso saber ceder. Y, con todo, existen asuntos donde la convergencia es imposible. Un viejo profesor decía que no se puede transigir en temas como la religión. Si alguien es politeísta e intenta converger con uno que sea monoteísta, no es viable acuerdo alguno porque no pueden buscar un punto de encuentro intermedio y acordar que no hay ni veinte dioses ni uno solo, sino diez, pongamos por caso. Y lo mismo sucede con otras cuestiones, a la hora de regir los destinos de un país como el nuestro. En otros países, en cambio, son frecuentes las grandes coaliciones entre partidos distintos, que aquí resultan prácticamente inalcanzables. Para ello hay que buscar lo que nos une y
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perseguir el bien común, cediendo y actuando con respeto. La vida se basa en eso. Porque si, a nivel individual, podemos, hasta cierto punto, intentar rodearnos de personas afines, que compartan con nosotros gustos, intereses, etc., aunque piensen diferente, a nivel colectivo nos vemos obligados a compartir país y suerte con gente muy distinta. Y no es fácil consensuar cuando se mantienen posturas discrepantes, a veces irreconciliables, y un partido político defiende el aborto y otro no, o uno aboga por un estado federal y otro se muestra contrario a él.
Sin duda, resulta complicado convivir con nuestros semejantes porque los seres humanos somos muy complejos. Pero no queda otra. Difícilmente habrá cosas en las que todo el mundo esté de acuerdo, pero hay unos mínimos inamovibles que deben respetarse, gobierne quien gobierne, los derechos fundamentales, la sanidad pública, la educación, el derecho a una vivienda digna…, no pueden quedar al albur del gobierno de turno. Y, en el plano personal, como no hay dos personas iguales, habrá que aplicar a cada ser humano un tratamiento individualizado. Mientras hay personas que valoran y agradecen enormemente una llamada, un mensaje de ánimo, un detalle inesperado, una foto bonita, un saludo, una sonrisa…, otras no se alteran con nada y quizás hasta se molesten. Los expertos hablan en algunos de estos casos de alexitimia o incapacidad de mostrar los sentimientos. Tal vez sea, sencillamente, indiferencia. Cada uno es cada cual y no hay manual de instrucciones para tratar a la gente. Nunca se llega a conocer bien a una persona. Harían falta varias vidas para conocerla. O, dicho de otra manera: los otros serán siempre un enigma, un jeroglífico, un misterio insondable, el banco de pruebas de nuestra paciencia, la desconcertante respuesta a nuestras acciones mejor intencionadas y más sinceras. Y, a veces, también, por fortuna, la constatación de que la complicidad y el cariño surgen y se abren paso, por

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