El discreto encanto de la mentira

Sudamos tiempos en los que la verdad aparece como una ponzoña lesiva, como un atrevimiento delicuescente y trasnochado, como un intento inútil e infructuoso de abordar los acontecimientos y el orden de las cosas, y de la vida misma. Aparece desnuda en un pensamiento etéreo y quijotesco, como un escudo de paladín irresponsable e insensato que recogió el pañuelo en una promesa de amor futuro, un eco sonoro pero solitario que, sin embargo, no es escuchado, aunque sí oído, como una estrofa de comunicación fallida.
La verdad es incómoda en los momentos actuales, porque el juego mundano se basa en la persuasión, el marketing, el interés y la manipulación, por mucho que me cueste decirlo. A pesar de que cada vez hay más gente informada, la información a la que accede es parcial (hay mucha, y además se cuela demasiada desinformación).
Hablaré de ejemplos incómodos hoy.
Tras la cuarta ola de coronavirus y gracias a la vacunación masiva hemos llegado a un nivel de inmunización completa del 30% aproximadamente, que dista mucho del 70% que se considera óptimo para alcanzar la inmunidad de rebaño. Es verano y hace calor. Desde el gobierno de la nación se ha anulado la obligación de usar mascarillas en el exterior, con algunas excepciones. Ese premio deseado aparece dos días después de otorgar los indultos a los hasta ahora presos catalanes por sedición. Las palabras empleadas para justificar tales decisiones rayan el ridículo, cuando no son más que ajustes necesarios para mantener un poder que de otra manera se esfumaría. Y al pueblo llano, mientras tanto, se le da el gusto de ir sin mascarilla a la playa o por la calle, quitándole el peso que el temido bozal resta a su libertad, y a su respiración.
La luz se hace más cara cuando más falta hace. Supongo que habrá muchos factores implicados. Pero en nuestro país no hay ni ha habido ningún plan acertado de energía para que no sufra en exceso el ya exprimido contribuyente. Diluyamos de nuevo el problema y anunciemos la bajada del IVA para bien del cliente mientras le endilgamos una subida del recibo tres o cuatro veces más que la bajada del mismo, justo en la época que más se gasta. Eso sí, se envuelve todo el plan con subterfugios de manera que el consumidor es ahora el imprudente, irresponsable y malo de la película si su recibo vuela hacia las nubes, ya que previamente se le ha avisado de los tramos horarios que debe utilizar.
Se nos dice que la sanidad española es la mejor del mundo. Para rebatirlo, diré que son muchos los trabajadores en la misma con malos contratos, salarios bajos (hasta tres veces menos que en otros países europeos), horarios maratonianos, falta de descanso y, sobre todo, maltrato por parte de todas las administraciones. En este caso, la más importante es la autonómica, porque las competencias están transferidas. En Andalucía, tras más de treinta años en el poder de un partido concreto en el que a los médicos se nos anunció “que nos iban a ver en alpargatas”, transcurridos varios años de gobernanza de otro, puedo añadir que no solo no ha mejorado lo importante (la atención al paciente, el trato al médico), sino que incluso ha empeorado. Me explico. Las peticiones al médico del servicio público se han vuelto menos transparentes, los objetivos anuales se explican a mediados de año, la carga de trabajo no hace más que aumentar y los problemas los convierten en soluciones. No hay suficientes médicos. No lo dicen. Por eso lo haré yo. No se sustituyen bajas ni vacaciones. Cuando alguien de nosotros se pone enfermo (o dos, o tres) el resto tiene que ver a los pacientes. No se dice. Por eso lo haré yo. Nos dan cinco minutos para atender a los pacientes en una consulta telefónica, incluido el tiempo de llamadas e interrupciones. No lo dicen. Para cada visita presencial dan algo más, pero no dicen que hay días que vemos el doble de los pacientes que figuran en agenda. Se citan con frecuencia a muchas personas a la misma hora, lo que no solo nos provoca estrés, sino malentendidos con ellas, porque no se les dice. Por eso lo haré yo. Y cada vez más se está presionando y empujando a la sanidad pública al precipicio, porque menguan sus recursos, aumentan sus requerimientos y se desgasta a los profesionales, ya cansados de tiempos pretéritos. Estudiamos medicina y ejercemos con vocación, pero ésta no nos quita la enfermedad, el cansancio ni el abatimiento. Se nos exige más que a ninguna otra profesión, sin que nuestro funcionamiento sea cibernético. Si nos dan media vuelta más de tuerca, lo único que puede pasar es que quebremos y/o que erremos más. No lo dicen. Por eso lo haré yo.
No nos cuentan el esfuerzo que nos costará recuperarnos económicamente de la crisis provocada por la pandemia. Solo se nos esboza una previsión de crecimiento deseable, optimista, pero probabilística. El dinero europeo que puede llegarnos lo tendremos que devolver, aunque aún no lo hemos recibido ni repartido. Habrá pelea en la adjudicación del mismo y tampoco se nos contará del todo. Habrá favores de por medio que saldar.
Promoverán audiencias televisivas exageradas en programas vacíos e insolentes, aportarán entretenimiento infantiloide para emborrachar las neuronas en la falta de argumentos y en la emoción pusilánime, consiguiendo inutilizar el coraje para la actividad, el cambio, la racionalidad y la energía productiva.
Pondrán trabas a la reflexión. Se estimularán los medios y redes sociales que improvisen respuestas muy espontáneas e imaginativas, individuales, que la persona ve como un poder propio que se acerca a su libertad. Y son manipulados, mientras tanto, de manera consciente.
Hacen brindis al sol con leyes para las minorías, que luego cumplirán o no. Es más difícil abordar temas serios para la mayoría, de mayor calado, que requiere más análisis y acuerdos.
Seguirán tratándonos como lo hicieron “los palaciegos aristócratas al rey desnudo”, con la diferencia de que ahora el rey al que quieren engatusar somos nosotros, en un escenario claramente antimonárquico. Y no nos avisarán, de que mientras los de abajo creen ser muy listos porque se comen las uvas de dos en dos, los de arriba (ellos) se las llevarán a la boca de tres en tres, o de cuatro en cuatro.

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