Dinero, el dios de todo

Cuarentena. Quizás sea la palabra más escuchada junto con el nombre del dichoso virus en estos últimos meses. Es muy extraña la situación en la que nos encontramos. Por un lado, somos afortunados de vivir en esta tierra de occidente donde el mayor sacrificio es quedarnos en casa, allí donde la inmensa mayoría gozamos de bienestar y de medios suficientes para que no nos falte de nada; al mismo tiempo desdichados por sufrir la situación más compleja y posiblemente dura de los últimos tiempos llena de miedo, distanciamiento social, enfermedad, muerte.
Dentro de todo esto no puedo evitar sentir perplejidad cuando, la tercera palabra más escuchada es ‘economía’ y no ‘salud’. Si viviéramos en la antigua Grecia y tuviéramos que explicar los hechos que acontecen hoy a nuestras próximas generaciones, usando a los dioses mitológicos y las andanzas de los humanos como protagonistas, creo que sonaría algo así:
-La tierra estaba inmersa en un periodo convulso en el que padecía numerosas guerras, se asistía a la furia de los dioses y a continuas enfermedades, pero la mayoría de estas calamidades no nos afectaban directamente a nosotros, ocupados en nuestro propio bienestar por encima de las otras cuestiones que considerábamos ajenas. Nos creíamos dueños del destino, invencibles, con capacidad de planificar nuestras vidas y de jugar a nuestro antojo con nuestros deseos; necios de nosotros pues la mayoría de los dioses no estaban contentos con nuestro comportamiento. Por un lado, la Diosa creadora, la madre tierra que nos surtía de todo lo indispensable para nuestra subsistencia, se sentía abandonada, maltratada y humillada con nuestro nefasto comportamiento, pues irrespetuosos éramos con ella y con todas las criaturas a las que ella daba vida; también estaba el Rey tiempo, dueño de los deseos más profundos e inherentes de los humanos, los cuales lo culpábamos continuamente de nuestras derrotas, nuestros vaivenes, nuestros errores y nuestra falta de amor hacia los demás; fundamental era la ninfa Empatía, heroína de los hombres pues nos dio luz y nos guió en nuestro camino hacia la vida en sociedad, la vida que nos permitiría cuidar los unos de los otros y así, hacernos más fuertes como especie. Estos tres dioses estaban amparados por la Divina Salud, la encargada de velar por los humanos, la que daba sentido a la vida pues sin ella nada podíamos hacer.
Sin embargo, existían otras divinidades que sí estaban encantadas con nuestro comportamiento pues eran veneradas en todo momento. De todas ellas, la principal era el dios Dinero, hijo de la diosa Economía. Juguetón, presuntuoso y algo engañoso, elevaba y derrumbaba a los hombres de igual forma. Nosotros lo veneraban pues otorgaba poder, superioridad social y permitía adquirir bienes que tanta importancia recibían en aquellos tiempos.
Sumergidos en esta tensa situación, apareció una brutal pandemia que azotó nuestra tierra como no había sucedido desde hacía largo tiempo. Sin saber con exactitud si fue obra de los dioses o desdicha propia, nos vimos envueltos en un encierro generalizado, una parálisis prácticamente total del ritmo de vida jovial y despreocupado de aquellos tiempos. Fue justo aquí cuando tuvimos que enfrentarnos a una dura decisión. ¿Debíamos continuar venerando al dios Dinero por encima de la divina Salud o reunir fuerzas para volver a situarnos en el lugar que nos corresponde como especie, la que nos dieron los dioses antiguos? -.
Veo la gran mayoría de comentarios, de intervenciones en televisión y en general de las preocupaciones más o menos globales de este modo y no puedo evitar sentir lástima, de nosotros mismos, de la reducida humanidad que al parecer nos queda. Dinero, economía, trabajo, consumo…salud. Tantos y tantos muertos, enfermos, familias destrozadas y aún, no nos damos cuenta de lo que realmente puede hundir a las personas, a la sociedad. ¿Qué importancia tiene la economía para una sociedad enferma? ¿Cómo es posible que nuestra preocupación aparentemente sea, en primer lugar, la economía y en segundo lugar la salud?
Sinceramente en esta reflexión, observo continuamente los típicos errores de juventud, pensar que es eterna, que a nosotros no nos llegará nunca la vejez y con ella los ‘achaques’ que la acompañan; nosotros nos sentimos únicos protagonistas en esta aventura ruin que, deseando terminarla, miramos al futuro y le ponemos precio a nuestro propio beneficio. Siento que vivimos en una sociedad donde la sabiduría aparece ‘a toro pasado’, donde la clase productiva vale más que nuestros ancianos y donde los cifras cuentan más que las personas.
He aquí el final de la historia que inevitablemente veo de cerca:
-…Y el dios el dinero continuó siendo venerado y magnificado en su tierra, la tierra del capital. -.

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