Amanece con un energético impulso a salir de casa esta primavera. Teníamos ganas atrasadas y la mayoría ha aprovechado las múltiples fiestas en los últimos meses, sin restricciones, olvidando la amargura pasada, esquivando la incertidumbre futura y saltando sobre el agrio presente que se nos ha vuelto advenedizo. No se vislumbra un mañana favorable, pero mientras tanto, soslayamos ese pesar con una idea muy castiza: “Vamos a la feria”.
Una falsa ilusión de los humanos, adaptativa, es desconfiar de lo negativo, aunque nos muestre pruebas irrefutables de su certeza. Puede proporcionar alivio temporal, pero siempre acaba en decepción, cuando llega la hora en que la cruda realidad pasa la puerta de nuestra confortable casa. Y esa ilusión es la que tenemos muchos en estos días, aunque algunos manifiesten ya una congoja desapacible sustentada en los efectos que van padeciendo.
Hemos oído saetas sentidas, visto pasos a los sones de tambores y bandas, comido y bebido en el campo el día de San Marcos, paseado el Cerro del Cabezo adelantando los preparativos para nuestra Morenita, andado para ver las Cruces de mayo y la procesión de la Vera Cruz, o surcado las arenas de la playa. Sevilla luce en su feria, Córdoba promete un mayo entero festivo. Y así vamos. Nuestra vida ha vuelto la página del calendario, contando los días según van pasando los momentos festivos. Pero la inflación encarece los precios como no los habíamos visto desde hace mucho tiempo y los ahorros de las cuentas corrientes disminuyen rápidamente de manera casi exponencial mientras se buscan causas para justificar lo que sucede sin ofrecer soluciones, navegando en un escenario cenagoso y nebuloso, teñido de especulaciones. Esta vez ha afectado sobre todo a productos de primera necesidad, aunque todo se haya encarecido. Esta espiral de precios conlleva que para que cada uno de los comerciantes, vendedores, empresarios o tenderos pierda lo menos posible, se va tejiendo y engordando un ovillo en el que al final el comprador acaba pagando el ajuste necesario. ¿Qué ocurre? Pues que si a los consumidores no se les sube el sueldo y los precios suben el diez por ciento, por ejemplo, gastan un diez por ciento más, con lo cual, o no ahorran esa cantidad, o la deben, o tienen que disminuir las compras para gastar lo mismo. Esto, que puede parecer una tontería dicho de esta forma, es una verdad inexorable.
Lo que viene después es un juego de vanidades, egoísmos y lamentos. Unos utilizarán sus habilidades llenas de taimería y tartufismo para obtener ventaja. Otros se dejarán tentar por el nepotismo o la venalidad. Los más, emplearán sus dotes para engatusar y encandilar a posibles consumidores, emulando cariñosamente a los conocidos charlatanes del “crecepelo”. Esta fase durará un tiempo, en el que nos iremos dando cuenta de que la famosa ley de la oferta y la demanda se cumple, llevándonos a renunciar a objetos, trayectos o sueños prescindibles. Disminuirá la demanda, pero para intentar compensarlo, en este caso no cabría disminuir la producción aumentando aún más los precios, porque el asfixiado contribuyente no dispone de cash ni de crédito en lo más profundo de su descosido bolsillo. Si no se venden las cosas, probablemente, tras un primer periodo de estimularse la competencia hasta volverla un poco salvaje, disminuirá globalmente la producción ocasionando paro, ya que no hacen falta personas para hacer cosas que no se venden. Las empresas solicitarán mas ERTES, que no se podrán financiar porque no se podrán subir más los impuestos a los que pagan ya muy altos arbitrios de las variadas administraciones. En un mundo en que se ha consentido el déficit y la deuda de una forma descomunal vendrá un desastre del crédito, ya ficticio y envilecido por un negocio de oscuras relaciones comerciales internacionales de conveniencia.
Hay otras visiones y explicaciones. Algunos piensan que se puede aumentar más la deuda para que crezca el gasto y la economía. Pero, ¿quién paga esa deuda?
Nos podemos preguntar llegado este momento de mi exposición tremendista y engorrosa quién se va a beneficiar de que las cosas sucedan así y cómo se saldrá de esta situación.
Podría aventurarme a responder a lo primero, pero desconozco completamente lo segundo. Algunos de los grandes magnates, bancos y multinacionales tienen y mantienen intereses espurios en los mercados, y todos podemos pensar, sin la necesidad de ser economistas, que pueden mover hilos y provocar crisis porque disponen de poder y maldad para hacerlo. Ellos lo llaman objetivos y cuenta de resultados, un vano intento simplificado que muestra una ética subterránea con una visión delusiva, canalla y parcial. No creáis que sufren. Por sus venas heladas no circula sangre, ni siquiera agua, sino una mezcla sulfurosa de codicia infinita y ambición enfermiza. Por otro lado, aunque nadie sabe cuándo ni cómo saldremos de la crisis que tenemos y que nos gusta ignorar, creo que ayudará que todos colaboremos por una vez en el bien global, intentando aportar en vez de pedir. Sabemos desde hace tiempo que en nuestro país abunda la picaresca de la economía sumergida y las cajas “B”, pagando solo aquel que no tiene más remedio y carece de otro medio para disimularlo o camuflarlo. Es extendido, tanto en ricos como en menos ricos. Podríamos trabajar todos los que disponemos de salud y edad, en vez de cobrar subsidios sin hacerlo. La crisis ha traído una segunda pandemia de deseos de prejubilaciones y mucha aversión hacia el trabajo. Los gobiernos deberían perseguir y castigar esta indolencia, en vez de colaborar en la deuda de los votos cautivos. Pero por encima de los gobiernos, solo saldremos de aquí cuando nos demos cuenta de que un problema general se soluciona solo cuando lo asumimos de forma general, colaborando, no yendo cada uno por su lado, y mucho menos manteniendo siempre el propio interés y beneficio sin querer asumir ninguna pérdida. Creo que todos debemos perder algo ahora para que todos mejoremos algo mañana. O mucho. Ya hemos perdido, así que tendríamos que poner en práctica esta lección.
Y, acudiendo al símil con una competición deportiva, podemos asumir que vamos a seguir perdiendo partidos, caminando hacia el descenso, o aportar más coraje y entusiasmo en el encuentro. Soy de los que piensa que no hay que hacer nuevos fichajes, sino luchar por lo que queremos. No disponemos de entrenador, así que el valor y el apasionamiento pueden ser nuestros mejores aliados.
Nos toca elegir entre este camino o seguir pensando en irnos continuamente a la feria…
(Nota: a las ferias de Rute hay que ir, y colaborar con la economía local. Por si no se entendió)
¡DESTACAMOS!