Detenerse en lo importante

Vivimos a un ritmo vertiginoso: los avances tecnológicos, los constantes cambios en la sociedad, la política acelerada, el ruido mediático, el universo de Internet que nos devora a pasos agigantados. La vida se ha convertido en una frenética carrera repleta de prisas donde el exceso de información nos deja poco margen de maniobra para madurar con la calma que precisan muchos asuntos importantes para nuestra sociedad y, por ende, para nosotros mismos. Subidos a esta ola acelerada, resulta fácil perder la autenticidad. Y es que, para ser auténticos, debemos empezar por darnos permiso para ser nosotros mismos.

Pararnos a pensar, nos limpia el alma. Porque cuando pensamos y reflexionamos acerca de todo y todos los que nos rodean, miramos con cuidado, realizando un ejercicio de análisis completo, contemplando opciones, poniéndonos por un instante en la piel del otro, y es entonces cuando la naturalidad nos permite ser genuinos. Ahora que está de moda el llamado movimiento ‘mindfulness’, traducido a nuestro idioma como ‘atención o concentración plena’, sería bueno interiorizar esa vigilancia interior para saber dónde estamos y, lo que es más importante, con quien y hacia dónde queremos ir. Decidir quedarse cuando los demás huyen. Resistir a formar parte del pensamiento colectivo y adentrarnos en el abismo de nuestros propios sentimientos. Esa es la cuestión.

Los viejos estoicos basaron su doctrina filosófica en el dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida, valiéndose de la valentía y la razón del carácter personal para alcanzar la felicidad y la sabiduría. Proclamaron que se puede alcanzar la libertad y la tranquilidad tan solo siendo ajeno a las comodidades materiales, la fortuna externa y dedicándose a una vida guiada por los principios de la razón y la virtud. En una sociedad en la que se escuchan tantas alarmas, quizás sea bueno recuperar la enseñanza que promulgaron nuestros antepasados hace más de 2.200 años y recuperar el sosiego, la calma y la madurez para lograr evaluar y comprender el mundo que nos rodea.

Sin restar importancia a la necesidad de formar parte de nuestra sociedad para no descolgarnos del árbol, porque somos seres sociales por naturaleza y nuestra supervivencia implica la interacción con otros sujetos, miremos a nuestro lado y sepamos identificar a esas personas que nos dan la vida. Y no me refiero a la cuestión meramente literal, sino a las personas que nos dan la vida porque nos la hacen mejor, más alegre, más divertida, más amable, más completa, más sencilla. Una mirada, un beso, un abrazo. Disfrutemos del camino hacia alcanzar nuestros éxitos profesionales y personales.

Empecemos por ser y estar, que ya es bastante, practiquemos la conciencia del momento saboreando todo lo bueno que nos rodea y, aunque sea por un instante, detengámonos en lo importante porque, como dijo Calderón en boca de su Segismundo, ‘toda la vida es sueño y, los sueños, sueños son’.

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