Dejadme volver en mayo

                    A quienes suspiran por Rute

                            en cualquier época del año

                            y, especialmente, en mayo.

    Dejadme volver en mayo, dejadme subir al Llano, que quiero respirar el aire de su barrio alto, al pie de la Sierra, cerca de Las Cruces y el Hacho.

Dejadme ver la Morenita saliendo por la mañana el segundo domingo de mayo, que quiero estar allí cuando llegue a los Cortijuelos y recorra las calles mientras la bailan y los romeros le van cantando. Que yo quiero ver a esa Virgen de la Cabeza, “Morena de luz de luna”, y vivir alegre sus fiestas: esa explosión de júbilo, ese derroche de flores, sol y colores que es Rute cada mayo; esa exaltación gozosa de la primavera sin paliativos, exultante, pletórica y capaz de hacer olvidar el frío de cualquier invierno y despejar hasta las nubes más negras de cualquier cielo.

Dejadme sentir otra vez que no quiero estar en otro sitio ese día, y subir a la feria y comprobar que la vida despliega sus encantos generosa, uno por uno, y se vuelve irresistible, y que la luz rotunda del mediodía llena el Paseo del Fresno, como otros mayos que se nos escaparon pero regresan a la memoria por asalto, de cuando en cuando, a visitarnos, con su inseparable comitiva de recuerdos acompañándolos.

Dejadme ver la procesión por la tarde y de noche por el barrio bajo. Que viéndola me acuerdo de quienes con Ella tanto disfrutaban y ya no pueden verla y no están a mi lado. Dejadme, que, al mirarla, me viene Rute entero a la cabeza, y su anís y el seseo endulzando las palabras y todo lo que evocan nada más pronunciarlas sus cuatro letras: Rute, pueblo del alma.

Dejadme ver de cerca a la Morenita porque, como dice la canción, “en Su cara yo veo el Cielo”. Porque Rute es bálsamo cada mes de mayo y no porque, como por ensalmo, desaparezcan las dificultades – la vida no escatima en ellas -. Pero las fiestas siguen y seguirán siendo una evasión necesaria, un escape más que recomendable, porque pintan el mundo de otro color mientras duran y visten de nuevo los días que estrenamos, aunque se repitan casi idénticas cada año. Las fiestas son autoafirmación en las raíces y declaración de principios, como si, pese a todo, se quisiera afirmar sin miedo ni titubeos que aquí estamos para acoger lo bueno que venga. Son la victoria de la jarana frente a la desidia, el entusiasmo que doblega la inercia y vence la rutina. Es el coraje que brota de lo más hondo para afirmar que no hay quien pueda con la voluntad de seguir celebrando cada mayo nuestras fiestas, así pasen los años con demasiada prisa. Más allá de su aparente frivolidad, las fiestas, sean las que sean, son toda una filosofía de vida que requieren de quien las vive de corazón una notable valentía: para exponerse a lo de siempre, aunque ni las cosas ni nosotros seamos ya los mismos; para sobreponerse a la desgana y vivirlas, aún cuando las preocupaciones acucian y se anda de capa caída; para entregarse con pasión a vivir unos días intensos que, como todo en la vida, se pasan y nos dejan un regusto de nostalgia infinita. Las fiestas son la prueba de que – responsables- hemos recogido el testigo de cuantas generaciones las vivieron antes que nosotros y de que sigue la tradición, con las inevitables novedades que el tiempo vaya poniendo en ella. Y en las fiestas cabe todo el mundo. Las de la Virgen de la Cabeza deben unirnos porque el sol de mayo sale para todos, de arriba y de abajo. Y Rute es mayo y agosto y todos los meses del año. Quienes disfrutamos con todas sus fiestas tenemos más posibilidades de ser felices con ellas.

Por eso, salgamos a la calle, dejemos pendiente lo que parece urgente porque nada lo es más que vivir y dejarse llevar por los sentidos en un mes imprevisible que nos hace mirar al cielo y temer la lluvia y que a menudo trae ya calor de verano y sol brillando implacable en las fachadas blancas.

Dejadme, que quiero ver la Morenita otro año, y el que viene, y muchos más. Como dice el canto: “Déjame poder mirarte a la cara/déjame enredarme en tu mirada/ y sentir lo que yo siento en mi alma./Déjame, déjame buscar la luz que me da la calma”. Pues eso. Dicho está. Dejemos que mayo nos abra de par en par los postigos de la esperanza y la dicha de vivir se nos cuele en las entrañas. Que es mayo, por si alguien lo olvidara…

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