De nuevo es verano

 A Magdalena Zamora,

                                                                                                              a la que tanto le gustaban las fiestas

                                                                                                              de la Virgen del Carmen.

                                                                                                              Que en paz descanse. Y en la memoria. 

   “Los veranos vuelan siempre…; los inviernos caminan”.

                                                     (Charles M. Schulz)

Es verano, de nuevo. El cuerpo y el alma piden vacaciones. Para algunos, será el primero con una enfermedad, el primero solos o emparejados, la primera vez que no se van de vacaciones o el primer viaje juntos… En una misma estación caben veranos tan distintos como el de cada uno.

Los largos veranos de antes acuden siempre a la mente, como desleídos por el tiempo. Una suerte se nos antoja haber conocido aquellos veranos de tertulia hasta la madrugada en la puerta de las casas, que, casi extintos, sobreviven dignos aún en las calles de algunos pueblos. ¡Cuánta resistencia heroica hay en ese querer mantener costumbres que se apagan…!

Cada verano trae sus afanes consigo y siempre las mismas ganas de descanso, de cambio de aires, de quitar la alarma del despertador del móvil. Siendo todos diferentes, los veranos tienden a parecerse mucho. La memoria los mezcla como una coctelera y solapa unos con otros. Mirando atrás, acostumbramos a decir: “yo en verano solía hacer esto…”, sin concretar fechas. Sabemos solo que fuimos felices muchas veces en verano, que esperamos que llovieran estrellas para pedir deseos, que tomamos mojitos al fresco, que leímos poemas y vimos noches de luna llena… Por eso, cuando de nuevo llega, lo recibimos con ilusión, como si el primero de nuestra vida fuera. Y, cuando acabe, nos asaltará la misma desazón de siempre, el metálico sabor de los finales sin posibilidad de prórroga, el obligado acatamiento de la rutina que vuelve. Pero, mientras dure, es nuestro y seguro que nos vuelven a cautivar las tardes largas de julio, el tiempo detenido por la siesta, la quietud de las calles un domingo por la mañana, el sol resistiéndose a irse en el horizonte…

Entretanto, mientras los más afortunados hacen planes, siguen llegando inmigrantes a las costas. Para ellos también es verano, aunque es como si no lo fuera. Muchos se ahogan en la travesía, ante nuestra impotencia o indiferencia. Este drama humano requiere soluciones acordadas entre los países afectados por las incesantes llegadas de personas desamparadas. No basta la solidaridad, aunque ésta no pueda negarse. Se dispara el miedo: “vienen a quitarnos el trabajo, traen enfermedades…”. Surgen bulos: “les dan una paga que no tienen los que llevan aquí toda la vida cotizando…”. En esta lotería que es la vida, a cualquiera podía haberle tocado su mala suerte. ¿Cómo cerrarles las puertas? Es incuestionable acoger a quienes llegan, pero de manera coordinada. No se puede volver la cara a la miseria ni a la desgracia ajena. Las que llegan son criaturas muy desafortunadas, con la vida pendiente de un hilo, de una lancha hinchable y, una vez aquí, de unos papeles que los conviertan en “legales”, como si es que hubiera seres humanos que no lo son. Necesitan ayuda. Nuestros abuelos y padres, y ahora nosotros, en muchos casos, también tuvieron y tenemos que irnos fuera y sufrir el desarraigo, la herida sin cura de la distancia de la tierra y las personas queridas, o el exilio a la fuerza. ¿Es que se nos olvida? ¿Qué diferencia a los que vienen ahora de nosotros? El color de piel, quizás, y la desesperación que les hace surcar mares embravecidos. Nada más. No es posible cerrar los ojos a la descarnada realidad ni los brazos a quien requiere auxilio.

Es verano, sí. Y bien haremos en disfrutar lo que podamos. Que el verano pasa, como la vida. Es tiempo de leer, de viajar, descansar, de hacer lo que las obligaciones diarias el resto del año nos vedan. Es tiempo de vivir plenamente. Es momento de sacar del baúl de la memoria la ilusión que siempre nos despertó el verano. Tal vez, con los años, se nos haya quedado pequeña, pero aún aletea y mueve a hacer maletas, a colgar en el perchero preocupaciones y bebernos uno a uno los días del verano, con ansias de vida, conscientes de que vuela y que hasta el próximo se hará larga la espera.

Seguramente, este verano, como todos, acabará teniendo su canción y tendrá sus nombres, los de la gente que nos crucemos, los de quienes echemos de menos mientras dura… Lo que toca es vivirlo con las ventanas del alma abiertas para que entre aire fresco que nos aliente a vivir el resto del año como si no acabara el verano y el sol calentara siempre  las estancias más frías del alma y hasta las esquinas más umbrías del calendario.

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