DANAVIDAD

La desafección que sentimos por los políticos en esta piel de toro llamada España se ve acrecentada al comprobar la desnudez percibida por las personas tras la inacción demostrada ante cualquier situación que sea un poco más complicada de lo habitual. Cuando la inoperancia va acompañada de incompetencia y desidia, tardanza, desapego, odio entre partidos y maquiavelismo estratégico, no podemos sino pensar que estamos en manos de unos desalmados, de personajillos ensalzados y aupados al estrellato, especialistas en mentir y que llenan sus alforjas de un cinismo ya trasnochado que no convence a nadie, pero protegidos por un armazón de granito y hormigón armado que los vuelve impermeables a la crítica, a la verdad y al sufrimiento ajeno. Y lo que es más grave, también a la Justicia.
No cabe en mi cabeza que lo más importante para unos presidentes fuese buscar el rédito político, echándole la culpa de la malísima gestión al adversario, sin poner los medios necesarios que desde todos los altavoces civiles sonaron. No cabe en mi testa que no tengan ninguna empatía, que sólo se protejan ellos y a los suyos, y que odien todo lo que hagan, dispongan, o pregonen los otros. Y no cabe en mi cerebro que la maldad se haga concreta y palpable en unos individuos que no asumen errores, no reconocen su ignorancia, niegan su impericia y además tienen la osadía de no dimitir. Pero, sin embargo, ocurre, y este es un ejemplo.
“El Pueblo salva al Pueblo”, ha sonado y se ha repetido. Lo hemos creído, además, porque se ha comprobado que fue así. Muchos voluntarios jóvenes se desplazaron sin saber muy bien qué hacer, y tal vez no consiguieron hacer mucho, pero dieron cariño y abrazos, regalaron solidaridad, y transmitieron la calidez que los gobernantes negaban con su helada actuación. Los damnificados se vieron muy solos. Aún están solos en muchos casos, y hay muchísimo por hacer. Uno de nuestros esfuerzos debe dirigirse a no caer en la desmemoria.
Sin embargo, la noticia parece que ya “no vende”, y casi ha desaparecido de los medios de comunicación, porque día a día aparecen nuevos escándalos que llenan los telediarios, radios y periódicos. Aunque no debemos paralizarnos por el dolor, no podemos olvidar a españoles que lo están pasando mal por una desgracia natural, en parte no prevenida, en parte inevitable y en otra gran parte porque el modo en el que se ha intentado organizar la ayuda y la reconstrucción es lamentable. Carecemos de líderes efectivos. Tenemos algunas cabezas que arrastran seguidores, prosélitos y palmeros, pero habitualmente no son buenos gestores ni técnicos, y tenemos por otro lado buenos profesionales e incluso buenas personas, que no pasan a la política porque no lo necesitan, y por eso, habitualmente, las decisiones importantes son tomadas por el poder ejecutivo, desligándose de la necesidad, posibilidad y prioridad, basándose más bien en la oportunidad y la recaudación de votos. Nauseabundo.
No entraré en el juego de buenos y malos. No acabaría de escribir adjetivos despectivos para unos y otros en este tema. Los siento. Se me remueven las vísceras cuando pienso en la desfachatez que muestran ante la pobreza, pérdida, abandono y duelo de los demás. Hay una lectura más: las gentes de este país se han visto desprotegidas, solas, desatendidas, abandonadas…, lo que no olvidarán. Y estamos en el año 2024, en España, aparentemente un país avanzado, democrático y donde aún tenemos derechos. Sin embargo, da la impresión de que incluso aquí se manifiestan las estrategias de un Estado reconvertido y prostituido que aborrece la protección social y que elimina la alteridad. Da la impresión de que la Democracia en la que creímos la han transformado en una cleptocracia made in Spain.
A pesar de mis gafas de gran aumento no consigo ver bien, pero no consumaré una ceguera que llegue a no denunciar esta actuación de los representantes públicos tras la dana. Yo también soy parte del pueblo, y mi opinión debe contar, debe sumar para mostrar oposición a la inverecundia demostrada y a la dejadez insólita consumada, para conseguir debelar entre todos la ignominiosa actuación de unos políticos que perseveran en su único empeño de mantenerse en el poder a toda costa, sin que les importen los gobernados por ellos. Pienso que son una casta execrable, una secta vomitiva de culto al peligroso líder orate, una camada de interesados, una jauría errabunda y miserable.
No se puede gobernar así. La falta de diálogo, los intentos de propagar la desinformación, dudas y miedo, el interés continuo por controlar los medios de comunicación y, sobre todo, la intención incontrolable de contagiar del cieno político a la Justicia hasta convertirla en un muladar desvencijado e inservible, construyen una senda hacia la dictadura, eso sí, camuflada con los eufemismos pertinentes y necesarios para que todo parezca poco menos que un juguete de la Señorita Pepis.
Estamos cerca de la Navidad, una fecha de buenos deseos. Por eso yo, este año, pido, que estos cenutrios a los que he dedicado mis sentidas palabras hoy, se den cuenta de una puñetera vez de lo que significan la verdad, la ética, la moral y el respeto, rogando a los dioses del azar que les proporcionen fríos días de diluvio y tormenta, eso sí, sin paraguas ni buen abrigo, por si diera la casualidad, poco probable, de que, por una vez en su vida, dejaran de ser unos mentecatos y aprendieran.

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