A todos los excluidos digitales.
A las “víctimas” de la tecnología.
“Nadie es más que nadie”.
(…) por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre.”
(Antonio Machado)
Desde hace tiempo, se viene hablando de la denominada “brecha digital”. Con este término se hace referencia a la desigualdad en el acceso o uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en función de circunstancias económicas, geográficas, de género, de edad o culturales.
Es una realidad que la tecnología, que tantos beneficios reporta y ventajas tiene, deja fuera de juego a gente mayor (o no tanto) que no ha sido educada en el manejo de la misma. Ir a un banco se ha vuelto una actividad cada vez más compleja. A menudo, se les dice a los clientes que se descarguen una aplicación, introduzcan un código, se metan en la web y realicen tal o cual operación por internet, sin pararse a pensar si todos pueden y saben hacer eso. Y, en más de una ocasión, después de haberles tenido un buen rato esperando, no se les permite hacer lo que quieren en ventanilla y se les indica que se busquen un hijo o un nieto que les ayude a hacerlo telemáticamente. ¿No cobran los bancos suficientes comisiones por todo como para prestar un servicio de calidad a sus clientes y no instarles a que se busquen la vida ellos solos?
La expansión de la tecnología en todos los ámbitos ha acentuado aún más la marginación de todo aquel que no es nativo digital o no se maneja con destreza por internet. A veces, se le trata como si fuera de segunda clase y hasta con cierta displicencia por parte de quienes sí tienen la suerte de moverse con soltura en esas lides. Hace unas semanas, un hombre mayor ha alzado la voz y puesto en marcha una campaña que está siendo muy secundada y que responde al lema: “Soy mayor, no idiota.” Lo peor de todo esto no es ya que se orille a las personas mayores, para las que hacer cualquier gestión burocrática se vuelve una tarea titánica, sino el trasfondo de todo eso. De manera más o menos directa, se desprecia a las personas de edad o, sencillamente, se las ignora o abandona a su suerte, con absoluta indiferencia. Allá ellas. De los bancos u otros servicios no se espera empatía, pero sí que atiendan en condiciones a quienes a ellos acuden. Parece que a nadie importa que, como consecuencia de la digitalización y el recorte de personal en oficinas de atención al público, como efecto colateral, queden fuera del sistema quienes por edad u otra causa no saben usar internet.
Cualquier persona de esas que miran sobradas y por encima del hombro a los mayores patinaría si tuviera que hacer cosas que ellos hacen sin darse importancia. Quienes, con superioridad intelectual, observan con condescendencia a quienes no saben qué es un código “QR”, se verían en un aprieto si tuvieran que pegarse un botón o hacer cualquier otra cosa que muchas personas mayores hacen todavía sin inmutarse. Y, como recordaba Machado, a muchos se les olvida que “nadie es más que nadie”.
No dejar tirados a los mayores es una obligación moral y legal. No es admisible que, para ser atendidos, tengan que esperar largas colas de pie en oficinas, que se les obligue a volver mañana o se les diga que hagan tal o cual operación por internet. El paso del tiempo, con su reguero de dolencias en el alma y en el cuerpo, es ya de por sí lo suficientemente penoso como para añadir más dificultad a la vida de las personas mayores. Algunas de ellas aprenden a usar internet, pero hay un altísimo porcentaje que no lo usa. No se las puede arrumbar buscando solo obtener beneficios. Hay que procurar una buena atención al cliente, sea de la edad y condición que sea, y no perder de vista que se trata con seres humanos, que todo en la vida no es una combinación de algoritmos. Los llamados “analfabetos digitales” no merecen, por si tenía poca tarea la vida, sentirse excluidos y ver aumentada su sensación de desarraigo en este mundo ni asistir impotentes a cómo se les cierran las puertas al universo tecnológico. Nadie es responsable de no saber utilizar un móvil o de ni siquiera tenerlo. Hay que dejar a un lado la prepotencia y el desdén con el que, más de una vez, se trata a quien no es capaz de usar la tecnología o no tiene un teléfono inteligente ni entiende lo que es un “whatsapp” o un código PIN. Es urgente reducir en lo posible la brecha digital. Se lo debemos a las generaciones que nos han precedido y, cuanto antes, como sea, por respeto a todos cuantos puedan sentirse excluidos del uso de la tecnología, hay que conseguirlo. Sí o sí. Porque internet está para vencer fronteras, no para crear aún más o agrandar las ya existentes.