Aunque todo esté en el aire…

A quienes más sufren los efectos de la pandemia
A quienes sienten que su vida está en el aire…

“Si supiera que el mundo se acaba mañana,
yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.

Martin Luther King

Quizás nunca como ahora hemos sido conscientes de la fragilidad de nuestra existencia. Eso debería ser una cura de humildad, pero ya vemos que no es así. Hay quien, incluso en las circunstancias que vivimos, se conduce por la vida con absoluta inconsciencia y temerario desprecio por la salud y la vida de los demás. De ahí esas celebraciones ajenas al daño que pueden provocar a quienes participan en ellas y, lo que es peor, a quienes, actuando responsablemente, pueden verse afectados – incluso fatalmente – por ellas.

La pandemia nos ha condicionado tremendamente la vida a todos y a muchos se la ha arrebatado antes de tiempo. Entre dudas y con miedo hemos empezado un curso nuevo. También con la vista y la esperanza puesta en una vacuna y en el final de esta pesadilla tan real. Hacer planes siempre ha sido atrevido, pero la situación que vivimos nos ha puesto a la fuerza las gafas de ver de cerca la realidad, no más lejos del día que vivimos y lo que tenemos al lado. Nuestro horizonte casi se ha reducido a no contagiarnos del virus y sobrevivir a la terrible crisis económica que está provocando. Confiamos en que las cosas vayan a mejor, aunque ahora nos parece improbable que llegue el día en que volvamos a abrazarnos y a saludarnos con besos, como si tal cosa. Será difícil desinstalar el resquemor de nuestras vidas. Al comienzo de la pandemia, se escuchaba decir que de esto saldríamos fortalecidos, que habría un antes y un después. Pero los reproches entre políticos de un signo y otro y el comportamiento de muchos congéneres nos hacen desconfiar de que la situación que vivimos pueda cambiar la condición humana.

Esto está siendo una carrera de fondo no programada. Si las fuerzas flaquean, cada cual sabrá de dónde sacarlas: si de su fe, de los apoyos que encuentre a mano, de esos contactos lejanos que el móvil acerca, o de esa entereza innata que anida en el ser humano y le hace recuperarse cuando ya parecía que tocaba fondo. Cada uno sabrá qué le resucita por dentro. A veces, es lo más sencillo lo que consigue activarnos de nuevo: ver salir el sol cada mañana, recibir un mensaje de ánimo, algo que nos provoca la sonrisa, o, simplemente, el refugio que nos ofrecen nuestras rutinas diarias, que, al cobijarnos, hacen creer que todo sigue como siempre.

“Love is in the air” (“El amor está en el aire”), decía una famosa canción. Y en el aire están más que nunca nuestros sueños y la vida toda. Casi a tientas y sin rumbo claro nos ha tocado vivir, inermes ante una situación que nos supera y desborda. Sin más sostén que la esperanza que nos queda, esa bandera que tremolamos con más o menos consistencia, mientras nos resistimos a tirar la toalla porque con ella hemos de secarnos cada vez que el mar de la vida se embravezca y sin querer nos alcance su implacable oleaje.
Son éstos «tiempos recios», que diría santa Teresa de Jesús. Y hay que vivirlos, a la espera de otros más gratos en los que reencontrarnos y tomarnos las cervezas pendientes y darnos, al fin, los abrazos aplazados. Habrá, entonces, que ponerse al día con la alegría de quien desea olvidar de una vez el sabor metálico de las renuncias, el amargor de lo pospuesto sin fecha y el peso del distanciamiento obligado. Pero eso será después. Ahora toca vivir este otoño y dejar caer como hojas muertas que el viento se lleva todo aquello que nos impida ver la vida por su lado más dulce y amable. Es hora de confiar en que podamos frenar la expansión del virus que nos desasosiega y tiene en vilo, y de procurar que los días sigan teniendo su propio sentido, aunque cueste vérselo. Mientras llega la hora de salir a la calle sin mascarilla, no debemos malgastar ni un solo día. Aunque la ilusión de que nos aguarda lo soñado sea nuestro aliento, no conviene apostarlo todo al futuro. “Un hoy vale por dos mañanas”, decía Benjamin Franklin. Incluso este hoy tan desconcertante que nos ha tocado vivir. De eso se trata: de no postergar lo que podamos hacer ahora, que la vida se va deprisa. Se trata de sacarle a los días lo que de bueno puedan tener hasta que, ojalá que cuanto antes, lleguen tiempos mejores. Mientras eso sucede, no caben excusas: hay muchas cosas que es posible hacer ya esta misma mañana o esta tarde, aunque todo esté en el aire… Que por nosotros nunca quede siquiera intentarlo.

Deja un comentario