Antonio Manuel Rodríguez reivindica la memoria del flamenco a través de su lenguaje

  • El profesor y escritor presenta en Rute su libro “Arqueología de lo jondo” reconvertido en un espectáculo que aúna sus tesis con el cante, el toque y el baile

Antonio Manuel ilustra las ideas de su libro con una puesta en escena de las tres patas del flamenco

Antonio Manuel Rodríguez, profesor, escritor, intelectual y humanista, lleva dentro un Lorca, un Juan Ramón Jiménez o un Antonio Machado. Su bagaje cultural bebe de ellos. Con los dos primeros comparte además un sentimiento de “andaluz universal”. De Machado heredó la idea de la poesía como “palabra en el tiempo”, buscando la más certera para cada cosa. Su inquietud y la esencia del flamenco como el arte más genuino de nuestra tierra alumbraron en 2018 el libro “Arqueología de lo jondo”. En él, excavaba en “el origen del origen” de este patrimonio inmaterial de la humanidad.

  • Antonio Manuel sostiene que el pueblo andaluz nunca ha perdido su memoria, pero está oculta y el flamenco encierra expresiones cuyo origen se desconoce

Tras cuatro años y una pandemia, este compendio ha llegado a Rute, al CEMAC Pintor Pedro Roldán. No lo ha hecho sólo como libro, con una presentación al uso, sino como un espectáculo en torno al flamenco. Sobre el escenario, Antonio Manuel ilustra sobre la etimología de cada palo. Mientras, Amparo Ramos, José Antonio Hinojosa y Alejandro Rodríguez glosan sus palabras con el cante, el toque y el baile.

El espectáculo, subtitulado “Memoria del Flamenco y de Andalucía a través de la palabra y la música”, va, en efecto, al principio. Además de buscar el venero del que mana todo lo jondo, comienza con una nana. La metáfora sintetiza ese instinto humano de nombrarlo todo desde niño. Al dar nombre a cada palo, Antonio Manuel les da carta de naturaleza. Conocer ese origen es mantener viva la memoria, “lo único que se pierde si se amputa”. Está convencido de que el pueblo andaluz nunca ha perdido la memoria, pero permanece oculta bajo una cáscara. De ahí que entienda que el flamenco “está lleno de expresiones que no sabemos de dónde vienen”.

Su investigación está encaminada a dar con ese origen, el momento en que se prohibió una lengua y se causó a todo un pueblo un dolor que se resume en dos palabras: “¡Ay!” y “¡Ole!”. La primera es “la expresión máxima del dolor”. La segunda es “el nombre de Dios en la lengua de las nanas”. Su tesis se basa en que el flamenco “lo parió el pueblo al que se lo quitaron todo menos la dignidad”. Debajo de sus melodías y sus versos late “un magma” donde se mezclan judíos, moriscos o marranos, primero, gitanos o negros, después.

Al igual que en un lugar hay restos de otras civilizaciones, en el flamenco están todas esas “huellas de la memoria”. Por eso mismo, su lenguaje no es el de un pueblo menor. Aunque muchos tuvieran que marcharse y bastantes se quedaran a medio camino ahogados en el mar, fueron más quienes permanecieron. Las seguiriyas, las soleares, los martinetes o los fandangos, pero también los tangos o las bulerías, son la voz de esos que se quedaron. Por eso es exclusivo de aquí. Sin embargo, su grandeza no sólo se alcanzó por su capacidad para trasmitir el dolor. Lo que culmina su singularidad es su arte para “reivindicar la alegría y la sonrisa como arma”.

Deja un comentario