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Su libro “El nuevo alambique de Rute” constituye un estudio minucioso sobre el oficio de la calderería y el proceso técnico de la destilación del aguardiente
A sus 82 años, Antonio Casas López mantiene intactas las tres pasiones sobre las que ha pivotado su vida y su inmenso bagaje cultural: curiosidad por aprender, amor por el oficio de la calderería y vocación docente. No es de extrañar que los aniseros de Rute le llamen “maestro” con una entonación casi reverencial. Lo es por partida doble. Por un lado, su titulación en Magisterio y Filología Española le permitió dar clases en Primaria y Secundaria en Rute hasta su jubilación. Pero también ha sido un maestro para ayudar a conservar la singularidad del anís ruteño. Su abuelo, Antonio Casas Oliva, y su padre, Francisco Casas Cruz, eran maestros caldereros. De ellos aprendió un oficio que ha elevado a la categoría de arte.
Esas tres pasiones, unidas en una sola, confluyen en el libro que ha escrito sobre uno de nuestros productos más emblemáticos. En su título, “El nuevo alambique de Rute”, revela ese elemento diferenciador de la destilación en la localidad. El subtítulo ahonda en la declaración de intenciones y el contenido de sus páginas: “Notas sobre la destilación. Breve historia de la calderería”. El interés que había despertado su presentación en el CEMAC Pintor Pedro Roldán sobrepasó a los supervivientes del sector y gente ávida de saber por qué el anís de Rute es único.
- En 1911 Antonio Casas Oliva construye un alambique con mayores prestaciones, que supuso un salto de calidad y multiplicó las posibilidades del anís
De moderar el acto se encargó Lucía Quiroga, que fue dando paso a media docena de intervinientes. La primera en hablar fue la concejala de Cultura, Dolores Ortega, que describió la nueva entrega del “prolífico” Casas como “una joya literaria”. Es el fruto de una investigación “exhaustiva” que nos sumerge en la historia de la destilación, desde los orígenes más remotos a las técnicas más modernas. No obstante, para la concejala el principal valor del libro es que va más allá de una simple descripción técnica, es un homenaje a la calderería, un oficio ancestral con el que estos “artistas del cobre y el latón” han modelado la historia de nuestro pueblo.
A continuación, el turno fue para el autor, que empezó agradeciendo las colaboraciones que han hecho posible su obra. Según explicó, la idea partió de Francisco Javier Altamirano, responsable de una de las cuatro fábricas supervivientes, que le animó a ordenar todas las notas que tenía sobre el oficio. Casas cree que a lo largo de la historia se ha escrito mucho sobre marcas o etiquetas, temas que él aborda de pasada, profundizando en otros menos conocidos. A su juicio, hay una fecha fundacional del alambique de Rute, el 22 de julio de 1911. En aquel momento, de “un encargo disparatado y un joven entusiasta” surgió algo novedoso, un alambique con mayores prestaciones, que supuso un salto de calidad. El libro recrea ese pasaje y rinde homenaje a su creador, recorre la evolución del alambique y cómo multiplicó las posibilidades del anís, como bebida destilada y elemento para la gastronomía.
El relevo lo tomó Fernando Javier Padilla. Licenciado en Historia por la Universidad de Barcelona y doctor en Historia por la Universidad de Bristol, es además el creador del blog “Historias de Rute”. Padilla confesó que su familia se fue del pueblo hace 70 años, pero nunca faltó en casa una copita de anís, un licor que ha vertebrado la emigración ruteña. En los hogares de quienes se quedaron no sólo se bebe; también es ingrediente en postres como los roscos o los pestiños.
Por éstas y otras razones, para el historiador el libro supone “un hito”. Aunque hace siglos que se produce mucho anís, hasta ahora no se había escrito demasiado sobre el tema. Su origen se remonta a los romanos y está emparentado con otros licores mediterráneos. No en vano, los alambiques remiten a la época árabe. A su alrededor, se han sumado elementos que refuerzan la corriente artística como los carteles o el hecho de que en la Residencia de Estudiantes de Madrid se bebía anís Machaquito.
Pedro Pérez Tapia, historiador del aguardiente y amante del patrimonio, tiene claro que el anís es “la bebida más importante”. De Antonio Casas aprendió el oficio de destilar, ahora compendiado en este libro que sirve a quienes ya conocen este arte y a quienes quieran aprenderlo. Tapia detalló los rasgos distintivos de los fabricantes que quedan en el pueblo. De Rafael Reyes, fundador de Machaquito, destacó que hacía destilaciones “muy exactas”. Por su parte, Antonio Altamirano buscaba anises aromatizados. Raza, en su origen Anís La Cibeles, se distinguía por la calidad de la matalahúva. Y en Destilerías Duende se fabricó una de las tres marcas que han tenido en el pueblo el nombre de Anís España.
La parte más literaria corrió a cargo de Joaquín Luis Ramírez. Este senador, escritor y columnista, es autor del relato corto “La bella del Fresno”. Cuenta la historia de una mujer de finales del siglo XIX, “una modistilla veinteañera” que cautivó a sus contemporáneos. Según la leyenda en la que se basa el relato, un señor adinerado llegado de Madrid a Rute, tras quedar prendado de ella, le puso el apelativo de “La Flor del Fresno”, mismo nombre que dio a su destilería. Sin embargo, quien la conquistó fue un indiano, que se la llevó allende los mares. La destilería cerró y nunca se supo más de la joven, cuya imagen está recreada en un óleo de Gutiérrez Molero basado en el “boca a boca”, ya que no se conservan fotos. El cuento concluye afirmando que, según la leyenda, aún se la ve pasar por el Barrio Alto.
El último turno correspondió al alcalde David Ruiz, que fue en su día alumno de Antonio Casas, al que agradeció “este legado”. Según dijo, cuando éste le propuso sacar el libro, tuvo claro que había que publicarlo porque es “una parte de nuestra historia”. También dio las gracias a Salvador Fuentes, como presidente de la Diputación, por respaldar económicamente el proyecto. Terminadas las intervenciones, la noche concluyó con la firma de ejemplares por parte del autor y, cómo no, compartiendo una copa de anís de Rute, el mejor anís del mundo. Y Antonio Casas y sus antepasados son en buena medida “culpables” de esa calidad.