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Aceites Condes de Mirasol colabora con una misión de desarrollo integral en el noroeste de Kenia
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La tribu Turkana vive sin las condiciones más básicas, como la agricultura o los pozos de agua
De manera paralela a la carrera que les ha llevado a completar una temporada pletórica de reconocimientos, la empresa Aceites Conde de Mirasol quiere promover una labor social. En palabras de su gerente, Alfonso Gordón, hay que ser “agradecidos y devolver a la sociedad parte de lo que recibes”. En ese contexto, han decidido colaborar con la misión de Kokuselei, que se está llevando a cabo con la tribu Turkana, en Kenia. De ella se ocupa la comunidad misionera de San Pablo Apóstol. Dos de sus cooperantes, Luz María Mejías y Alexia Moreno, se han trasladado hasta Rute para dar a conocer los pormenores de su trabajo. Ambas han puesto sobre la mesa las difíciles condiciones en que viven los integrantes de esta tribu del noroeste de Kenia.
- Se puede acometer o no la construcción de una presa, pero no se puede parar la alimentación o la salud de un niño
- Las cooperantes son conscientes de que su trabajo no valdría de nada si no hubiera colaboración desde aquí
La mexicana Luz María Mejías lleva nueve años colaborando en países como éste o Etiopía. Según explica, la comunidad está formada por sacerdotes y mujeres laicas como ella. Es testigo de las condiciones de vida de Turkana en aspectos tan básicos como el agua. Mujeres de esta tribu “escarban cinco o seis metros” en la tierra para extraer quince o veinte litros de agua y cargarlos durante cuatro o cinco horas de vuelta a sus casas. Por eso, uno de los objetivos es perforar pozos más cercanos. Con todo, subraya que planean un proyecto de “desarrollo integral”. Así, pretenden introducir conceptos básicos como la agricultura.
Alexia Moreno también lleva nueve años en Kenia, aunque su trayectoria como misionera se eleva a quince. Sólo vienen una vez al año a España, a recoger los fondos para la Fundación Emalaikat (“ángel” en lengua turkana). Como destaca, hay necesidades imprescindibles que cubrir: según haya dinero o no, pueden acometer la construcción de una presa, “pero no se puede parar la alimentación o la salud de un niño”. De hecho, del proyecto que han venido a promocionar a Rute tan sólo se ocupan ella y otras cuatro personas, que se encargan de la alimentación de ochocientos niños. Pese a esos contrastes, Luz María asegura que cuando vienen se encuentran una sociedad “que abre las puertas y ofrece espacios para dar a conocer lo que se está haciendo en esos rincones del planeta”. Entiende que son “dos caras de la moneda” y que de nada valdría su trabajo si no hubiera colaboración desde aquí.
Su compañera cree que la gente no es consciente del “impacto” que llega a alcanzar allí la ayuda que se presta desde países como el nuestro. Por eso, anima a que haya más gente que sea “ángeles para otros”. Confiesa que se emociona y se le pone “la piel de gallina” al pensar en la sonrisa agradecida de un niño; o cuando recuerda cómo su madre, después de pasar su vida escarbando con sus propias manos para sacar el agua, ve que le han instalado un pozo y pregunta “qué va a hacer ahora con su tiempo”. Asegura que vale la pena “dejarse tocar el corazón” y ver cómo “una acción tan sencilla puede transformar la vida de muchos”.