Ángeles Mora desvela la realidad de sus sueños

  • La Hija Predilecta de la Villa presenta en Rute su poemario “Soñar con bicicletas”, una reafirmación de su compromiso literario

Antes siquiera de aprender a montar, Ángeles Mora se imaginó pedaleando hacia la luz de la libertad y un mundo más justo, porque sus pedaladas eran metafóricas y en el recorrido de la vida pronto contaba los kilómetros en verso. Y en ello sigue. De esa idea parte su poemario “Soñar con bicicletas”, que ahora la Hija Predilecta de la Villa ha presentado en el CEMAC Pintor Pedro Roldán. Admiradora de Sabina, no duda en desoír su consejo de que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Cada vez que viene a su Rute natal se emociona, por más que se ponga “nerviosa”.

Para sentirse aún más arropada estuvo flanqueada por dos premios Villa de Rute, la periodista Magdalena Trillo y el profesor y escritor Francisco David Ruiz. Los tres comparten la misma pasión por la palabra precisa, ya sea en un artículo o en un poema. Como apuntó Trillo, en la ficción literaria puede haber más verdad que en una noticia. Por todo ello, no fue una presentación al uso. Ruiz, con el sustrato de un collage de reseñas, compuso su propia visión del poemario. Y a Trillo le salió su vena periodística para disfrazar de entrevista lo que en realidad era un diálogo cómplice con la autora.

Tras una presentación de la concejala Ana Lazo, a través de esa conversación literaria, Ángeles Mora recordó su primer acercamiento a la poesía y la escritura, en la parte de arriba de su casa de Rute, presente en su obra como corrobora “Caligrafía de ayer”. También habló del oficio poético, de cómo cada poema ha de contar algo, de sus compañeros de generación y corriente en “La otra sentimentalidad”, discípulos todos del catedrático Juan Carlos Rodríguez, su maestro primero, su esposo después, su faro literario hasta el final. Trillo y Ruiz resaltaron el compromiso permanente de Ángeles Mora, su feminismo, afianzado en este libro, “su obra de madurez”. Pero el también poeta apuntó otros aspectos, como el silencio o aquello a lo que no se da visibilidad. Para Ruiz, no es un ejercicio simple de nostalgia, sino una mirada al futuro, porque “la memoria mira hacia atrás y los sueños van hacia delante”.

No obstante, el artificio literario de ese sueño es un trasunto de la realidad. Como toda obra literaria que se precie, va del yo al nosotros, más bien a un nosotras reivindicado como pocas veces. También viaja del ayer al hoy, desde ese ayer último de Antonio Machado que ella misma completa. Pero lo hace como si hubiera empezado a contarlo entonces, como si, en efecto, desde ese ayer proyectara a través de los sueños el futuro, igual que los Beatles habían anticipado un “Yesterday” que aún estaba por venir.

Puede parecer algo “desequilibrado”, justo lo que significa el poema introductorio, “Unbalanced”, más que el título de un disco de jazz. Sin embargo, las cuatro partes del libro son a la vez autónomas y piezas de un puzle unitario. La primera, “Mi vida secreta”, revela aquellos sueños, los de ella, los de todas las mujeres que guardaban en sus pupilas “algo velado dentro de sí mismas”, las que se hartaron de ser “lo que nos dejan ser” y entonaron su particular “Non serviam” para sentirse más libres. No lo tuvieron fácil: “¿Cómo llamarse libertad/mientras te arrastra/el río de la historia?”. Pero eran conscientes de que “se hace historia rompiendo”.

Se enfrentaron al olvido, al tiempo, y cada cual salió airosa por una vía. La de Ángeles Mora fue el arte, fundamentalmente la literatura y la poesía. La segunda parte, “La luz del poema”, cuenta cómo intentó “rasgar el velo/que guarda el corazón de la escritura”. Sabe que el proceso de creación es duro, que la poesía puede llegar a herir. Aun así, como había anticipado Magdalena Trillo, con sus versos aspira a que su verdad reine como un “Nocturno” de Chopin.

Vista desde hoy, la melancolía, pese a “su cruel punzada”, le permite reafirmarse en lo que fue, y aunque haya llegado a ser otra, vuelve a ser ella misma “más que nunca”. Ni siquiera dejó de serlo cuando, como profetizó Goya, el sueño de la razón produjo los monstruos del “Submundo” (“Underworld”), título de la tercera parte. Las pesadillas, sobre todo si llevan nuestro nombre, nos sorprenden de madrugada, pero a la larga pasan por delante hasta inmunizarnos, como “imágenes de la vergüenza”. El silencio al que aludía Ruiz nos hace cómplices, porque “culpables somos siempre nosotros”.

Y al fin, o desde el principio, está Juan Carlos, Juan Carlos Rodríguez, su marido, su maestro, su ideólogo, cerrando el círculo. Sus citas y su pensamiento recorren todo el libro, desde su visión “siempre histórica” de la vida hasta “El largo adiós” final. Su ausencia es dolor, porque “recordar puede doler más que vivir”. El título de esta cuarta y última parte es un doble homenaje: a la novela homónima de Raymond Chandler y al que nos dejó “de pronto” sin que se haya ido nunca, porque con él Ángeles Mora aprendió que el olvido no existe “por más alto que esté el cielo”. De él había aprendido que la vida “es siempre histórica. Y toda historia tiene su principio y su fin. Sólo que jamás un final histórico ha sido dulce”. Pero también ha asumido que la vida “siempre, siempre,/nos lleva hacia el mañana,/mientras en el bolsillo, con cuidado,/para que no se arrugue,/guardamos el ayer”.

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