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Ha sido la encargada de la XXIV Exaltación de Humildad y Soledad, que, tras el parón por la pandemia, ha retomado la hermandad del Abuelito
Tres años después de su última edición, la hermandad del Abuelito ha podido celebrar la XXIV Exaltación de Humildad y Soledad. Ha corrido a cargo de Ana Isabel De la Rosa, que fue presentada por su hermano Pedro. Como recordó María del Carmen Mangas, presidenta de la hermandad en plena eclosión de la primavera, el olor a incienso y cera nos recuerda que afrontamos la Semana Santa, en la que se conmemora “la historia de amor más grande”.
Mangas se refirió a la exaltadora y su presentador como miembros de una familia “creyente y formada en la fe”. Ambos han crecido en torno a la cofradía y el barrio de San Pedro. El presentador destacó los valores heredados de sus abuelos, su amor por los titulares que presiden el altar, por el Jueves Santo y por sus seres más queridos. El joven repasó la trayectoria de su hermana, que la ha llevado de Rute a Granada, Sevilla y Madrid, como arquitecta técnica, sin perder nunca el vínculo con su pueblo.
Ana Isabel entró de lleno en el Jueves Santo ruteño. Con el acompañamiento musical de Jefferson Burgos al piano y Rafael Romero al saxo, expresó el sentimiento compartido por un barrio, y por extensión un pueblo, en torno al Abuelito y la Soledad de Nuestra Señora. Tras los saludos y agradecimientos de rigor, De la Rosa confirmó esos valores recibidos de su familia y que espera seguir trasmitiendo de una generación a otra. Ha tenido que esperar más de dos años para contarlo, como los hermanos mayores, manteniendo la esperanza y la misma ilusión de que la pandemia pasaría.
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Alternando la prosa y el verso, rememoró la leyenda que detalla cómo el animal que portaba la talla del Abuelito paró a la altura de San Pedro y se negó a seguir. La ermita en torno a la que se edificó la devoción por su figura hace honor a esa condición de humildad que caracteriza a todo el barrio. Es, en efecto, un barrio de gente arraigada, sencilla y trabajadora, que mantiene vivas las tradiciones de un pueblo. Por eso, “cómplices en un mismo sentimiento” de pertenencia y convivencia, trabajan juntos para engalanarlo cuando la ocasión lo requiere, pero en especial el Jueves Santo.
Sus recuerdos están ligados a esas calles, a la Semana Santa, procesiones y fiestas que conforman “la idiosincrasia de Rute, de su valor cultural y artístico”. Por eso, animó a los jóvenes a vivirlo “desde dentro”. Así lo ha hecho ella, forjando sus recuerdos que hoy son las señas de identidad que la fijan a sus raíces por muy lejos que esté. Al cabo de los años, pensar en el Jueves Santo es pensar en las colgaduras, en las puertas de las casas abiertas, en conversaciones en el vecindario o alrededor de una mesa, o en el cosquilleo que le producen los sones de la Banda Municipal. Y por supuesto, es pensar en sus abuelos, alguno ya ausente, a quienes dedicó su exaltación.
Y es que pensar en Jueves Santo “es también echar de menos”. Por eso, no olvidó a quienes ya no están, pero cada año de algún modo se hacen presentes en este día en las calles por donde pasa la estación de penitencia. Son las calles donde están el resto de imágenes de Pasión y Gloria de Rute, las que desembocan de nuevo en el llanete de San Pedro, reescribiendo la historia con un deseo común: volver a verlas este año en todo su esplendor en las calles de nuestro pueblo.
Tras su alocución, la exaltadora y su hermano recibieron unas placas conmemorativas, donadas por la hermandad y entregadas por su propio padre. También se tuvo un detalle con Carmen Piedra y Piedad de la Rosa, tía y abuela de Ana Isabel, por su continua colaboración con la cofradía. Asimismo, antes del acto, se había entregado el báculo correspondiente a los hermanos mayores: Francisco Andrés Tejero, del Abuelito; y Francisco Navajas y Encarnación Ruiz, de la Soledad de Nuestra Señora.