Alegato por los “bichos raros”

A Leli Moscoso, que se ha ido demasiado pronto.
A su familia, para que encuentre en su dulce recuerdo
razones y fuerza para vivir los días sin ella.

A menudo, llama la atención el comportamiento del ser humano, de todos, en general, y de algunos, en particular. Es curioso observar cómo nos desenvolvemos en el día a día. Por ejemplo, dicen los medios que cada vez hablamos menos por teléfono. Es como si rehuyésemos el contacto directo con la voz de la otra persona y escribir detrás de la pantalla nos hiciera sentir más guarecidos. O estamos en grupos de “whatsapp”, donde la inmensa mayoría calla y observa, pero no se va. Ahí está: observando lo que otros dicen y hacen.
Triunfan determinadas series televisivas, hasta el punto de que quienes no las siguen se quedan al margen de las conversaciones que giran en torno a ellas. O hay gente que está dispuesta a pagar cantidades desorbitadas por un partido de fútbol que podría ver por la tele. Desde luego, vistos desde fuera, resultaríamos, seguramente, bastante ridículos si alguien nos mirase y viese, pongamos por caso, que hay quien pasa horas haciendo ejercicio para lucir un cuerpo acorde con los cánones que la sociedad impone.
¡Qué extraños somos los humanos! Nos deshacemos en elogios cuando alguien se marcha, pero en vida no le echamos cuentas. Hacemos voluntariado, a la par que llevamos a nuestros mayores a residencias, cada cual sabrá por qué razones. Y hay gente que se endeuda para que sus hijos hagan la comunión, aunque no vuelvan a pisar la iglesia. Todo sea por la apariencia. Cada uno arrastra sus contradicciones. ¿Quién no las tiene…?
Los tiempos que corren son especialmente interesantes para los psicólogos y sociólogos. Ahora hay cola hasta para subir al Everest y hacerse una foto allí. Ya ni escalar hasta el techo del mundo garantiza encontrar la tranquilidad. Somos peculiares: conscientes de la brevedad de nuestro paso por este mundo, pero capaces – muchos – de sentarse horas y horas delante del televisor a ver cómo sobreviven algunos famosos en una isla o metidos en una casa.
Además, se hacen virales retos absurdos que pueden conducir a la muerte o en los que se alardea de la maldad grabando en vídeo humillaciones que luego se difunden por Internet. Da la impresión de que el ser humano no es tan racional como dicen. Eso no estaría mal, si supusiera que nos dejamos guiar por el corazón, pero con frecuencia nuestra falta de racionalidad y sensatez queda patente más bien en las crueles excentricidades de algunos.

Entretanto, resiste silenciosamente el grupo de los “bichos raros” que disfrutan con cosas sencillas, que se atreven a ir por libre, a desentenderse de tendencias y “trending topics”, a cambiar el paso, a no ser gregarios, a pensar por sí mismos y vivir de acuerdo con lo que creen y sienten, sin seguir a gurús o a los llamados “influencers”. Este colectivo está cercano a ser declarado en extinción. Sería esa gente que no busca el “me gusta” a toda costa, personas que siguen impertérritas en la lucha diaria, sin relumbrón; los que siempre andan al margen de los círculos de poder, pero buscan la esencia y la autenticidad de las cosas. Quienes no se dejan seducir por modas ni agasajos y no van de nada por la vida. Más de una vez habrán sentido que “su reino no es de este mundo” porque no tienen dos caras y la única que tienen la dan por defender aquello en lo que creen. Son los alejados del postureo, quienes no aparecen en los medios ni falta que les hace. Una minoría silente que se limita a vivir a su ritmo, sin obedecer consignas, sin ser masa. Que huye de la corrección política y no se casa sino con lo que cree justo. Esa gente, sin saberlo, sostiene un mundo deseable, en la medida en que son el último reducto a salvo de la frivolidad y la apariencia huera. Gente sencilla y corriente, ocupada de hacer cosas que mejoren la vida de los demás y de ser más que de figurar. Por ellos habría que romper más de una lanza. Bien es cierto que no se puede ser solemne todo el tiempo, pero saber que hay “bichos raros” que trascienden lo superficial alivia nuestra propia sensación de acumular rarezas no acordes con lo que hoy impera. Hay vida más allá de lo que se pretende por doquier que ésta sea. Solo hay que no dejarse mimetizar por la sociedad y hacer las cosas ajenos al qué dirán, como cada cual crea, respetando las normas que regulan la convivencia, pero sin desoír lo que resuena en nuestra propia conciencia. Al fin y al cabo, solo ante ella deberíamos rendir cuentas.

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