Agosto sin fiestas

            A quienes, por lo que sea,

                                                                              no hayan podido venir a Rute este verano. 

Y a quienes peor estén pasando

                                                                               este agosto tan extraño.  

   

Nunca imaginamos un verano sin los cantos de la aurora la noche de los sábados ni sin traslado de la Virgen el último domingo de julio. Eso parecía inamovible. Porque si algo tuvieron siempre las fiestas, aparte de la capacidad de convocarnos, era hacernos creer que había cosas que no cambiaban, por más que pasara el tiempo y la vida diera bandazos. Pero este año ha tocado adaptarse a una situación insólita e inesperada. El coronavirus ha venido a desmontarnos certezas y a instalar incertidumbre en nuestra vida, a marcar distancias y sembrar desconcierto, privándonos de abrazos y de besos. Nos ha tocado vivir este verano así, sin fiestas, y ha habido que plegar velas, recoger ilusiones y guardarlas para mejor ocasión, esperar a que cambie la suerte, armarnos de paciencia y aceptar la vida como es y no como nos gustaría que fuera.

No salió la Virgen del Carmen el 15 de agosto. No olió a nardos en las calles de Rute al anochecer. No hubo Día del Carmen, ese día esplendoroso en nuestro pueblo, vivido tantas veces y sentido tan adentro. Este año tocó tirar de imágenes de archivo que conserva la memoria. Porque el virus ha instaurado sin permiso y por decreto una dictadura de renuncias: a fiestas, viajes, a encuentros, a proyectos… Esquivarlo es una prioridad y la vida se ha vuelto resistencia: una rutina de mascarillas, geles y desinfecciones, un reguero de preguntas sobre el futuro y de añoranzas de otros tiempos sin temor a los encuentros.

La vida es como viene. Y a veces viene ladeada y nos hiela la sangre, y nos pone en estado de alarma, temiendo que cualquier día sobrevenga lo no querido y se nos encoja el alma. Daríamos lo que fuera por que el virus desapareciera. Lo que fuera por recuperar la tranquilidad perdida. Porque se puede prescindir de muchas cosas, pero la vida no es vida si se vive con el freno de mano del miedo echado sobre ella.

Expuestos e indefensos como estamos ante el azar, sus volubles cambios de rumbo y sus caprichos, no cabe más que apoyarse en lo que nos sostiene y hace sentir bien y confiar en que vengan tiempos mejores. Decía Pedro Salinas que “las almas, tan débiles” son “sostén eterno de los pesos más grandes”. Pero la realidad no debería echar sobre ellas tanta carga. Que ya sabemos que estamos de paso, que ya se sufre bastante sabiendo que todo se acaba. Ya llevamos sobre los hombros, como ineludible penitencia, todos los días que no pasamos donde ni con quien quisiéramos, todo el tiempo que no podemos dedicar a lo que nos llena de verdad. Pero, por si eso fuera poco, el virus, como el sufrimiento, en general, nos abre, además, a los grandes interrogantes sin respuesta y nos asoma o aboca de lleno, en el peor de los casos, al lado más sombrío de la existencia. Ese que conocen bien los que pasan las horas mordiendo el tiempo detenido en un hospital, con temor a recibir un mal diagnóstico o esperando un final anunciado.

 

Nos queda, entonces, mientras se pueda, disfrutar de lo que tenemos cerca. De este Rute y sus encantos diarios, incluso sin fiestas. De su paisaje, de un paseo por sus calles, de ratos de charla sin prisas, de su parque… De las palabras que son capaces de levantar el ánimo, de esos detalles que, a veces, cuando menos lo esperamos, tiene con nosotros la vida para que no tiremos la toalla y sigamos pensando que algo bueno está siempre por venir, a la vuelta de la esquina de cualquier día. Esas cosas, por insignificantes que parezcan, que hacen que nos levantemos teniendo un porqué para hacerlo, que impiden que claudiquemos, que nos apuntalan a la vida para no caer de bruces en el desapego o en el más profundo de los desalientos.

Este agosto muchos planes han sido suspendidos, pero hay posibilidades a nuestro alcance y debemos aprovecharlas. Toca volcarse en el presente. Que en la vida los trenes no suelen pasar dos veces. Vivamos lo que falta de este mes saboreando despacio el verano por lo que pueda traer el invierno bajo sus brazos… A lo que se pueda hacer hoy no se le debe dar plazos, ni poner distancia de seguridad a las ocasiones de ser felices que la vida a diario nos vaya presentando. Aún queda verano para no renunciar a lo que Rute y la vida, en general, nos ofrezcan. De lo bueno que esté a la mano no deberíamos privarnos. Que las ganas de disfrutar – con cuidado – de lo que nos gusta de esta vida nos vacunen frente al miedo y siga aleteando en nosotros, irreductible, el deseo indómito de seguir viviendo.

 

                                                                                          

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