Aceptar o no aceptar: esa es la cuestión

Dedicado a todas aquellas personas que creen que es tarde para disfrutar del presente y cumplir sus sueños.

La crisis financiera global del año 2008 que afectó, entre otros muchos, a nuestro país me encontró completamente desprevenida. Con poco más de 20 años y mi recién título universitario bajo el brazo, obtenido con una pequeña parte de mi esfuerzo intelectual y una grandísima parte del esfuerzo económico de mi familia, yo solo quería aspirar a convertirme en una gran profesional del periodismo. Estaban todos los ingredientes: formación, aptitudes, ilusión y pasión. De ahí la falta de previsión que puede hacer una joven que, a pesar de permanecer informada sobre la actualidad política y económica diarias, no espera que un puñado de políticos y empresarios fuesen a fulminar sus sueños. Porque eso de la ‘prima de riesgo’ y ‘los mercados’ sonaba muy lejano como para que nos rozase. Por desgracia, no fui la única en vivir esta realidad. Gran parte de mis compañeros de profesión y generación corrimos la misma suerte. Viví unos primeros años en los que pude desarrollar mi profesión formado parte de un gabinete de comunicación política en la capital de nuestra España, pero mi sueño de convertirme en ‘plumilla’, como popularmente nos conocemos en el gremio a los responsables de buscar y contar historias en los medios de comunicación, se me antojaba cada vez más alejado. Pequeñas colaboraciones, alguna temporada suelta, trabajos gratificantes pero extremadamente precarios. Hasta que decidí apartar temporalmente esa opción laboral y centrarme en un sector que en nada se parece a mi formación. Y es que llega un momento en que solo nos queda una opción: Aceptar la vida como es y vivirla de una manera auténtica, o no hacerlo. Seamos genuinos, que no significa otra cosa que darnos permiso a nosotros mismos para asumir el derecho a equivocarnos y actuar de acuerdo a nuestros valores. Nos impiden ser auténticos las modas, las expectativas de los demás sobre nosotros, el miedo a pensar distinto, el no ser compasivos con nosotros mismos, la falta de sinceridad con nuestro yo interior, el no saber pedir perdón. No hablo de renunciar a sueños, de dejar de esforzarnos, de permanecer estáticos, impasibles. ¡En ningún caso! Me refiero a que debemos aceptar el momento que nos ha tocado vivir, comprender que hay circunstancias que se escapan de nuestras posibilidades, entender que quizás nuestro trabajo diario no se adapta a nuestras expectativas pero seguro tenemos mil razones más que nos hacen felices. Ahora los psicólogos citan mucho el verbo ‘Procrastinar’, que significa aplazar aquello que deberíamos hacer hoy por otras actividades irrelevantes. ¿Vamos a continuar procrastinando nuestra felicidad? A encontrar un trabajo mejor, a tener un hijo, a dar con la pareja ideal. Hace pocos días, el 24 de enero, celebrábamos San Francisco de Sales, el Patrón de los periodistas y escritores. Con motivo de tal efeméride, yo publicaba en mi red social que, a pesar de no desarrollar el periodismo que me inculcó mi padre como mi actividad profesional, lo hago colaborando con diversos medios de comunicación en mi tiempo libre, transformando de ese modo mi profesión en mi afición, porque he aceptado que no puedo continuar nadando contracorriente. Admitamos la generación que nos ha tocado, de la que siempre nos quejamos por las dificultades laborales pero que también nos regala
vivencias maravillosas. Vivir el presente. Llenar nuestros días de aquello que nos hace realmente felices. Seguro nuestro esfuerzo y sacrificio, en el futuro, nos deparan nuevas experiencias. Y si nuestros sueños no se cumplen, ¡construimos otros! De Sales, doctor de la Iglesia, afirmó que: Se aprende a hablar, hablando. A estudiar, estudiando. A trabajar, trabajando. De igual forma se aprende a amar, amando’. Y yo añadiría: ‘Y sobre todo esto, se aprende a vivir, viviendo’. Esta es mi historia. Seguro muchos de los que la estáis leyendo habéis vivido alguna parecida o conocéis a alguien que haya pasado por esta misma situación. Sin ánimo de resultar pedante, lo que ha funcionado en mi vida no tiene por qué funcionarle al resto, pero puede servir para pulsar el ‘pause’ y, sin convertir la felicidad en una obsesión, detenernos en lo importante

Deja un comentario