Las Fiestas de Mayo de la Morenita se adelantan al último lunes de abril, con la llegada de los hermanos de Andújar

Como cada año, la multitud se agolpó en la entrada de La Molina para recibir a los hermanos de Andújar
Como cada año, la multitud se agolpó en la entrada de La Molina para recibir a los hermanos de Andújar

Y abril volvió a hacerse mayo. Andújar y Rute se unen no sólo en el tejido de carreteras principales y secundarias que acumulan kilómetros. Hay otra red invisible de vivencias y sentimientos que entrelaza a ambos pueblos en su devoción común por la Morenita. La romería del Cerro del Cabezo acaba en Rute, y las Fiestas de Mayo arrancan de firme con el recibimiento a los hermanos de Andújar. Vienen a pie los que quedan como vestigio de lo que se hacía en otros tiempos, donde las autovías eran algo utópico, cuando era impensable que un automóvil pudiera unir dos devociones gemelas en apenas unas horas. Si Sierra Morena es el entorno natural donde se concentra el fervor por la Virgen de la Cabeza, en Rute esa devoción echa a andar en La Montañesa, con la Sierra como telón de fondo, con La Molina como escenario.

Allí se detienen los autobuses que han quedado en Jaén tras la jornada del domingo. Hasta allí se acercan quienes acudieron a la romería y regresaron el mismo domingo por la tarde, pero preguntan con curiosidad si se perdieron algo después de volver. Se acercan también quienes se han quedado sin ir, para que los testigos directos les cuenten las novedades. Comparten, en fin, devoción, emoción y experiencias. Decir que lo llevan en la sangre no es lenguaje figurado. Algunos fueron por primera vez en el vientre de su madre, en plena gestación, o en los brazos de ésta, antes de aprender a andar siquiera. Nacieron recogiendo un testigo que algún día también se esmerarán en trasmitir.

La tarde se presenta imprevisible, como tantas jornadas de un abril inconstante. No tiene pinta de llover, pero la temperatura ha bajado más de lo esperado en esta época. De entre los recovecos de los olivos emerge un viento traicionero. Poco les importa. En pleno contraste de la primavera, las nubes se cargan de luz y color cuando son vencidas por el sol. Y esa luminosidad se traduce en sus caras, porque saben hacia dónde se encaminan. Los más impacientes se fueron a media tarde a La Molina. No es normal que los hermanos de Andújar lleguen al cruce de Carcabuey antes de las siete y media o las ocho. Sin embargo, parece que se les hace así más llevadera la espera, contando anécdotas y recuerdos de otros años ese mismo día: aquella vez que el autobús sufrió una avería y se hizo de noche; o cuando cayó tal tromba de agua que hubo que refugiarse en una cochera.

Hablan de todo eso por la carretera. Hablan cuando no cantan, en los escasos intervalos en que no suenan los himnos a la Morenita. Y entre cantos y conversaciones entran en Rute, en el Paseo del Llano, en San Francisco, con la Virgen de la Cabeza presidiendo el altar. Está vestida de pastora, otro guiño a la romería jienense. Se repiten los himnos. Entre el gentío brota el grito de “¡Morenita!”, con la “i” suspendida en el tiempo, coreado por otro clamor: “¡Guapa!”. En esa “i”, en su ausencia de significado, está implícito lo que no se puede explicar con palabras: una devoción irracional e incondicional de más de seis siglos.

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