“La memoria sumergida” emerge en Rute

  • Dos jóvenes de Iznájar representan en La Cuadra esta obra en la que se alzan las voces de las víctimas de la Guerra Civil

El centro de La Cuadra se reconvirtió en escenario para esta original propuesta escénica

Goya tituló de forma elocuente uno de sus grabados más espeluznantes “El sueño de la razón produce monstruos”. Cuando lo onírico se transmuta en pesadilla sale a flote lo peor de la condición y la mente humanas. La pesadilla de las víctimas del franquismo emerge en “La memoria sumergida”. Así se titula una propuesta teatral rompedora, experimental en cierto sentido, pero ante todo elocuente, porque habla de nuestro pasado más negro y ajusta cuentas con él. Sus responsables son dos jóvenes chicas de Iznájar, Laura Llamas y Ana Mary Ruiz, con texto de la primera. Después de estrenarse en la vecina localidad, a lo largo del verano se ha llevado a otros pueblos de la comarca y ahora ha llegado a Rute. El lugar para su presentación en nuestro municipio no podía ser otro que La Cuadra, escenario fundacional de manos de Pascual Rovira de la llamada “memoria histórica”, hace ya quince años, en Rute.

  • La puesta en escena se abre con audios que recrean los testimonios de personas que murieron a manos de los golpistas franquistas

Con esta propuesta tan impactante, ha arrancado el septiembre cultural. La puesta en escena o “performance” se divide en dos partes, ambas estremecedoras por igual. La primera la integran una serie de audios, grabados ahora, pero que reflejan los testimonios de personas asesinadas a manos de franquistas. Desde su muerte claman justicia. Son las voces de gente de Iznájar y de Rute, como la del último alcalde republicano, Juan José Rodríguez. La recreación sonora multiplica el realismo con las ráfagas de los fusiles o las ametralladoras. Visualmente, se acompaña con un helador féretro donde reposan los libros de investigación de los historiadores Francisco Moreno y Arcángel Bedmar, y fotos de represaliados ruteños del fascismo: entre otros, el propio Juan José Rodríguez, el juez Salvador Villanueva o el panadero Vicente Sánchez, padre de la infatigable Juliana, que durante décadas ha buscado en vano sus restos.

Ya dentro de La Cuadra, todo queda en penumbra para la representación propiamente dicha. Las protagonistas, un solo personaje que es a la vez trasunto de todas las víctimas, despiertan a una noche ajena en un marasmo de toses y jadeos. A continuación, corren en una única persecución por los campos baldíos de la Historia. Corren a lo largo del espacio y el tiempo. Atraviesan un páramo de libertad y décadas (demasiadas) de silencio, en pos de un verdugo que no tiene rostro, pero que tiene las caras de todos los nombres del fascismo, todos los nombres del crimen, la traición y la cobardía.

El paisaje yermo que recorren no es el infierno de Dante, pero se le parece, porque es la España negra de la Guerra Civil y la dictadura. Gritan que tienen 32 años hasta que a fuerza de repetirlo, como las cinco de la tarde del poema de Lorca, esa edad se vuelve atemporal. Son a la vez la niña que no han sido y la anciana que no llegarán a ser. De igual modo, están en un lugar que llaman Iznájar, pero que podrían llamar Rute, la curva de La Pililla o un barranco cerca de Víznar. En cualquier pueblo de esa España en blanco y negro hay plazas sin niños que no juegan porque ya nunca podrán ser mayores.

Por esos paisajes del luto corren en balde y se hacen preguntas. Su diálogo interior es apuntalado con coreografías que, parafraseando a José Ignacio Lapido, son “el baile de la desesperación”. Porque la música llega hasta donde no alcanzan las palabras. Danzan su tragedia al son de la versión fúnebre del “Nothing else matters” de Metallica en las cuerdas de Apocalyptica, el “Claro de luna” de Beethoven, el “Mystic’s dream”, de Loreena McKennitt, o “In the name of the father”, de U2. No resulta casual ninguna de las músicas que se suceden hasta el epílogo de “La hija de Juan Simón”.

Entre una pieza y otra, las jóvenes hablan, se lamentan, se preguntan y corren en busca de respuestas. Corren hasta que dejan de hacerlo, cuando toman conciencia de su propia muerte. Dejan de correr pero no de hablar porque su voz es la de los hijos olvidados. Con esa voz, “La memoria sumergida” emerge para demandar justicia. “En el fondo del océano sólo importan los recuerdos, nada más”, dicen en cierta ocasión. Laura y Ana Mary, y todas las personas que reivindican esta memoria histórica, tan sólo quieren que esas víctimas permanezcan en el recuerdo: nada más.

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