El quejío de Miguel Poveda atravesó una Noche Flamenca de Zambra donde planeó la sombra de Chano Lobato

El momento más emotivo se vivió con la entrega de la placa al representante de Chano Lobato

El momento más emotivo se vivió con la entrega de la placa al representante de Chano Lobato

Se esperaba con expectación lo que pudiera dar de sí la XV Noche Flamenca de Zambra, la cita del 12 de julio en el Polideportivo situado junto al río Anzur. Mantenidos ya durante muchos años algunos patrones (y artistas) fijos en la organización, la directiva de la peña flamenca de esta pedanía de Rute había optado por introducir pequeñas variables en la estructura para esta edición. Faltaban habituales como el pontanense Julián Estrada o el flamencólogo Juan Ortega Chacón para conducir la velada. Gente a la que se ha decidido “dar un descanso” y renovar ideas. Para el relevo, se apostó por la solvencia de Manuel Curado, veterano periodista de Canal Sur, responsable de varios espacios de flamenco en radio y televisión, y encargado de presentar esta edición. Pero por encima de todo, la figura en torno a la que giraba el festival este año era la de Chano Lobato.

A él se había dedicado de forma especial esta noche y él destacaba como cabeza del generoso cartel. Sin embargo, un ataque de hiperglucemia sufrido a mediados de junio, cuando volvía de un concierto en París, abortó en parte el homenaje. En coma unos días y hospitalizado varias semanas, la diabetes impidió la presencia física de Chano, pero no que todo el mundo lo tuviera en su mente. Con este menú, la respuesta del público de Rute y toda la comarca fue ligeramente inferior a la de otras ediciones en cuanto a afluencia, aunque no en lo que se refiere a entusiasmo con los conciertos.

Después de que inaugurara la noche el baile de la Familia Sánchez Cortés, en el cante comenzó abriendo boca Manuel Cribaño, “El Niño de Peñaflor”, promesa emergente gracias a su voz y a la capacidad promocional de Canal Sur. Con sólo 16 años y un disco ya en el mercado, falta por ver si los cambios en su timbre aún pueden jugársela, pero de momento maneras apunta. El primer artista “adulto” fue el onubense Guillermo Cano, que regresaba al festival después de haber estado en 2006.

Junto a otros como su paisano Arcángel, Juan Pinilla o el propio Miguel Poveda, Cano pertenece a esa generación de jóvenes cantaores que ha rescatado las esencias más puras del flamenco, cantes que en algunos casos se daban casi por perdidos. Con él y con Cribaño como punto de partida, se confirmaba lo que había adelantado Curado en su introducción: el flamenco no adolece de nuevos valores.

Un clásico de la cita zambreña, “El Cabrero”, se encargaría de cerrar la primera parte del festival. Con “El Cabrero” hay poco margen para la sorpresa. Artista de culto, tiene una legión de fieles que en algunos casos acuden a Zambra exclusivamente por verlo. Pero nadie puede cuestionar que José Domínguez deja toda su honestidad y entrega en cada nota que despide de su portentosa garganta. Por si alguien lo dudaba, comenzó con uno de sus himnos, el “Carcelero”. La novedad en esta ocasión es que, transcurridos unos años de separación, se reencontraba con su guitarrista de siempre, Paco del Gastor.

Tras el descanso, llegó el momento más emotivo. Encabezados por la directiva, todos los artistas subieron al escenario para acompañar al presidente de la peña, José Luis Hinojosa, que entregó al representante Bernardo Mesa la placa y la insignia de oro y brillantes que debiera haber recogido Chano Lobato. Fue el sincero reconocimiento de compañeros y aficionados al maestro. Mesa señaló que a Chano le hubiera gustado “muchísimo” acercarse a Rute y estar en el homenaje. Aun así, tranquilizó diciendo que se encuentra “más recuperado, pero aún no está para viajar, y los médicos le han recomendado que descanse”.  De hecho, la directiva había previsto ir a Sevilla para entregarle personalmente la placa y la insignia, pero el acto se pospuso hasta que el cantaor esté restablecido del todo.

Con un cambio de última hora en el orden, el festival se reanudó con una de las actuaciones más esperadas de la noche, la de Miguel Poveda. El cantaor catalán colmó las expectativas generadas y fue quien más aplausos arrancó. Ello a pesar de que, según reconoció, al principio sentía “el miedo y la incertidumbre de cuando se viene por primera vez a un sitio”. Sin embargo, el público fue entrando en calor, él encontrándose “a gusto” y la respuesta final de la gente resultó “apoteósica”. Tarantas, malagueñas, tientos, bulerías o fandangos fueron algunas de las perlas que contribuyeron a ese resultado. También guardó un hueco para recordar por alegrías a Chano, uno de sus “favoritos”.

En la recta final, volvió el baile de la Familia Sánchez Cortés, comandada por Antonio de Verónica. El joven tuvo menos protagonismo que durante la presentación del cartel en mayo, para compartir junto a su familia el arte que llevan sobre las tablas. A modo de transición, cante y baile se mezclaron en la persona de Aurora Vargas, otra artista de seguidores incondicionales y que actuaba en Zambra por tercera vez. La sevillana pone la misma pasión y electricidad por soleares o por alegrías, se levanta de la silla, taconea y canta sin micrófono, a palo seco. Ese ritual desata a los aficionados, que no dejaron que Aurora se marchara sin interpretar un trocito de “La chacha Dolores”.

La guinda de la noche la puso Miguel de Tena, que empezó por farrucas, recuperando un cante en desuso, aunque no por ello fácil en su ejecución. Curioso lo que le ocurrió a este cantaor: a primera hora de la tarde había abierto un festival en Villanueva de la Serena (Badajoz) y, en un viaje relámpago, se encargó de cerrar en Zambra. Terminada esta edición, la directiva se tomará un descanso hasta septiembre u octubre, aunque el secretario Juan Antonio Pedrazas, adelantó que ya hay en mente “muchas cosillas”.

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