El arte de la conjunción

  • El XX Festival de Danza aúna la puesta en escena de las coreografías con un primoroso trabajo en la elaboración del vestuario y el decorado

  • La profesora María del Mar Somé preparó quince coreografías con los seis niveles en que se ha dividido a las noventa alumnas que hay en la escuela

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Como cada año, el festival terminó con el saludo final y la invitación para que el público se sumara al baile

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Se levanta el telón al aire libre Alcalde Pedro Flores, con sus renovados asientos, un telón imaginario que anuncia que los veranos culturales de la villa están en marcha. Cada año, dos festivales marcan por todo lo alto este arranque en Rute, y sin bajar en ningún caso la cota de calidad. Y este año han llegado de forma consecutiva, con apenas 24 horas de diferencia. Por orden cronológico, el primero fue el de XX Festival de Ballet Clásico, el viernes 24. Junto con las audiciones de música, es a la vez el colofón y la puesta en escena del trabajo desarrollado durante todo el curso en los Talleres Culturales de Música y Danza. Así se denomina la iniciativa promovida por la delegación de Cultura del Ayuntamiento de Rute para mantener los servicios de la Escuela de Música desde hace un par de años. Lo recordaba el alcalde Antonio Ruiz, que insistía en esa faceta de poner el valor “el trabajo de todo un año”.

Como apunta la concejala del área, Ana Lazo, el festival no sólo supone un referente a nivel local. Es además “un escaparate” de Rute, puesto que se exhibe en localidades vecinas. De la coordinación global de los talleres se encarga Antonio Arcos, que no dudaba en señalar como principal artífice del éxito del festival a María del Mar Somé. Ella se encarga de las clases de baile, pero coincide con su compañero y con los políticos en que el Festival de Ballet va más allá. Implica a un numeroso grupo humano, que colabora en su puesta en escena, preparando el decorado, confeccionando el lujoso vestuario de las quince coreografías representadas. Ahí tienen un papel primordial los padres y madres de las casi noventa personas que se han sumado este año entre los distintos niveles. Eso sí, como lamenta la profesora, la presencia de chicos es casi testimonial. Hay cosas que no cambian.

En otros casos, no cambian para bien. Sucede, por ejemplo, con ese pequeño homenaje que siempre se hace a antiguas alumnas, que han dejado la escuela y por un día “vuelven a casa” a presentar el festival. Esta vez les ha tocado a Virginia Cobos y Laura Pozo. Tampoco varía el grado de calidad en esas quince coreografías, que siempre es elevado. Son la suma de los seis niveles en que se dividen las clases, por edades principalmente. Cada nivel interpretó dos números, más los combinados y la actuación final. Son estos los bailes más complejos, cuando se armonizan diferentes estados del aprendizaje. Pero como en el resto, el arte acaba apareciendo. Luz y color, música acompasada con el baile y movimiento sincronizado: la danza es un sumatorio de virtudes sobre el escenario. Como ocurre con las otras artes, una disciplina no es un ente aislado. La danza aúna coordinación, equilibrio, sincronización, elasticidad, fortaleza, plasticidad… Es, en definitiva, arte con matemática y física.

El arte está en saber llevar y combinar facetas tan dispares en estilos tan distintos. Durante la noche se sucedieron las piezas clásicas que marcan la seña de identidad del festival, como “Bayadera” o “Paquita”, que dieron paso al llamado baile moderno, con una artista tan del gusto de la profesora como Beyoncé. Entre medias, hubo guiños al musical “El Rey León” o bandas sonoras de nuestro tiempo como la impagable “In the mood for love”, de Shigeru Umebayashi. Y como fin de fiesta, quedaba el momento de interacción entre el escenario y la grada. María del Mar sabe levantar al público de sus asientos. Siempre sabe sacarse de la chistera un éxito reciente con el que invitar a bailar al respetable. Esta vez ha sido el pegadizo “Picky” de Joey Montana. Pero el aplauso y las ganas de moverse del auditorio no son flor de un día. Responden más bien a la capacidad de una apasionada del arte para contagiar su pasión.

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