Editorial Jul-Ago 2016

Agosto es un mes especial, un mes que nos da una pequeña tregua en nuestra rutina diaria y que nos permite recargar las pilas. En toda la geografía nacional es el mes vacacional por excelencia. Los pueblos se transforman en verano y el ambiente que se respira es diferente. Y es que, en muchos casos como en el nuestro, se celebran las fiestas patronales. También son meses de festivales musicales, de teatro, de disfrutar de las terrazas y de pasear por los parques. Por eso, agosto no es un mes cualquiera. Quienes viven y crecen en un núcleo rural, a diferencia de los nacidos en las zonas urbanas, llevamos a honra lo de “ser de pueblo”. En los pueblos la infancia transcurre en la calle, jugando con nuestros amigos o con el vecino de enfrente o de al lado de nuestra casa. Transcurre entre las casas de los tíos y los abuelos, donde nos atienden o comemos como si fuera la nuestra.
Sí, es verdad que los tiempos han cambiado. Ahora hay más tráfico y los padres se han vuelto más sobreprotectores. Pero aun así, quien ha nacido y crecido en Rute, los de antaño más, pero los contemporáneos también, sabemos que la libertad de movimiento que nos ofrece nuestro pueblo no es la misma que la que existe en una ciudad o en la capital. Por eso, en estos días tan especiales, cuando muchos ruteños vuelven de otros lugares en los que se encuentran por razones laborales, familiares o de estudios, el ambiente inevitablemente es de fiesta y de celebración. Nosotros lo comprobamos cada año en la emisora municipal, cuando abrimos una ventana para compartir las experiencias de ruteños que han tenido que dormir bajo otro cielo.
Algunos están muy cerca, como Paco Olea o Juan Gómez, que desde hace muchos años residen en Córdoba o Sevilla, respectivamente, pero que vuelven a Rute cada vez que pueden. Otro caso es el de Magdalena Sánchez: se fue a Cataluña, ilusionada, para comenzar una nueva etapa en su vida, siempre con el deseo profundo del volver. Sin embargo, al final el trabajo, sus hijos nacidos a casi mil kilómetros de su querido Rute y ahora sus nietos hacen que haya tenido que abrazar una nueva patria. También se han ido fuera nuestros jóvenes formados, como María José Repullo, Amparo Villén o María Pacheco, maestra, ingeniera de telecomunicaciones o periodista, respectivamente. Las tres han volado y trabajado fuera de España, y han pasado por Irlanda, Singapur o Norteamérica. Pero, las tres vuelven a Rute cada vez que pueden o el trabajo se lo permite. Por su parte, Yael Haro, nuevo empadronado ruteño y nacido en tierras más lejanas, es nieto de emigrantes andaluces. Ahora regenta el primer hotel que se construyó en nuestra villa bajo la dirección de su abuelo, José Haro. Nos referimos al Hotel María Luisa. También está el caso de José Antonio Reyes, a quien la búsqueda de trabajo le ha llevado hasta Brasil o Angola. O el de la joven prometedora ruteña Rosario González, quien desde que marchó a estudiar a Granada, el Grado en Traducción e Interpretación, con tan sólo 22 años ya ha vivido y pasado por Reino Unido, Francia, Bélgica o Estado Unidos.
Estos nueve ruteños, como otros muchos, están ahora en nuestro pueblo. Han vuelto para reencontrarse con sus familiares o amigos, e incluso con ellos mismos. Con todos hemos tenido ocasión de conversar en la emisora local y comprobar que añoran su tierra y que llevan a Rute en su corazón. Por eso, en este periódico local hemos querido también darlos a conocer y compartir con nuestros lectores sus andaduras. A ellos les deseamos una buena estancia en nuestro pueblo. Finalmente, queremos que estas líneas sirvan igualmente para rendirles homenaje y para dar la bienvenida a todos cuantos pasan estos días en nuestro querido pueblo. ¡Bienvenidos a casa!

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